Mientras la crisis sigue cobrándose piezas en su cacería diaria en forma de empresas que quiebran y trabajadores que se van a la calle, dos especies protegidas en ese hábitat caótico observan la masacre sin inmutarse: los funcionarios y los gurús.
Los operarios de las plantas de automoción acuerdan congelar salarios para subsistir, la patronal insiste en abaratar el despido, los currantes rezan para que el próximo recorte laboral no les incluya a ellos pero nadie –sindicatos incluidos– sugiere contener las nóminas de los trabajadores de esa megaempresa que es la Administración o tan siquiera adelgazar su número si no como medida de urgencia, al menos como gesto de solidaridad. Tampoco los gurús de la economía, que ahora proliferan como champiñones sobre el compost.

Sobrepasados y sin rumbo, todos tiran de esos profetas del cataclismo para (por un pico) invitarles a ofrecer sus manidas reflexiones sobre el desastre. Esta semana ha pasado por aquí Leopoldo Abadía, pero hace no mucho visitó La Rioja Enrique de Mulder y el mismísimo Paul Krugman se entrevistó con Zapatero. Como ex concursantes de un Gran Hermano cualquiera, hacen sus bolos por foros financieros y círculos de empresarios. Con pose resabiada y una pizca de sarcasmo, afirman mientras mordisquean la patilla de sus gafas que ya lo avisaron, que todo es cosa de la codicia, Botín y las subprime. Que no hay recetas mágicas y la salida queda lejos.

Ignórelos. No se deje embaucar. Si su empresa amenaza con el cierre, oposite. Estudie para ganar la próxima plaza fija de gurú que incluya la oferta pública de empleo. O al lo menos, intente ejercer como interino.