María Chivite se ha abierto hace pocouna cuenta en Twitter. Ya sabe, esa red social en la que uno comparte reflexiones y enlaces que juzga de interés y otros la emplean como vomitorio de ansiedades. La noticia es en realidad irrelevante en un mundo hiperdigitalizado donde los amigos son virtuales y la popularidad se mide por el número de ‘likes’. Más aún cuando Chivite es presidenta de Navarra y a ese nivel de poder no hay quien no tenga un comiunitimanayer que saque fotos fetén al titular del perfil y avente por Internet las bondades de su gestión. La novedad reside en que María Chivite ya tenía una cuenta en Twitter. En la primera se identificaba como «mamá, hija, hermana, amiga, socióloga, inconformista, soñadora»; en la nueva es, escuetamente, «presidenta del Gobierno de Navarra / Nafarroako Lehendakaria». La distinción entre las dos Marías resulta encomiable. Especialmente si uno alcanza un rango oficial tal que sus opiniones personales en público no pueden (no deberían) contaminar las institucionales. Una vez acudí a la presentación de una manifestación que iba a celebrarse a los pocos días en el mismo lugar y hora que estaba anunciada una manifestación idéntica. Pregunté desde la inocencia por qué no se publicitaban juntas, qué las diferenciaba. Una de las portavoces explicó que la otra estaba alentada por partidos y sindicatos y la suya, sin embargo, surgía pura de la sociedad civil. Me atreví a recordarle que ella era integrante de la ejecutiva de un partido, a lo que aclaró que estaba allí exclusivamente como ella y nada más que ella. Su dualidad me conmovió. Hasta el punto de que yo mismo la he interiorizado. Si le gusta lo que acaba de leer, sepa que lo he escrito yo. Si le parece una basura, culpe al periodista que firma arriba.