Corren malos tiempos para la influencia y la obligada credibilidad de algunos de los principales actores sociales. Dos recientes y bochornosos episodios confirman que la crisis no sólo afecta a la económica, sino a valores básicos. Que muchos eurodiputados (entre ellos la riojana Esther Herranz ) se opongan a volar en clase turista y quieran seguir haciéndolo en business dan la razón a quienes piensan que Bruselas es un colmado de niños mimados cuyos caprichos sufragamos todos. Por tierra queda ese afán de los partidos en repetir que no todos son iguales, porque no querer mezclarse con la plebe ni ahorrar unos euros es algo compartido en todas las siglas.
Igual de sangrante resulta la noticia del exliberado de FSP-UGT que ha denunciado que le “echan” después de ochos años. El afectado alega que la decisión está derivada por haberse acogido a la baja de maternidad cedida por su mujer, y quienes le sacaron de su trabajo que le obliga a madrugar y ahora le devuelven a ese “infierno” aducen falta de recursos y crédito sindical. El caso apesta a luchas intestinas e intereses personales, pero el mal a la imagen sindical ya está hecho. Asumo que estas líneas no serán entendidas por los aludidos como la crítica constructiva que quiere ser, pero siempre les queda el recurso de insultarme por ultraderechista o bolchevique, según toque. Aunque también pueden rajar las ruedas de la furgoneta de algún repartidor autónomo e impedir que este periódico llegue a los quioscos para que sea leído. Algunos tienen probada experiencia en ello.
Fotografía: Díaz Uriel