La educación diferenciada es un movimiento pedagógico de largo recorrido en Estados Unidos que empieza a ganar fuerza también en algunas zonas de España. Su tesis se resume, básicamente, en la conveniencia de que las mujeres reciban en las primeras fases del colegio una enseñanza específica al margen de los niños. Así se consigue un mayor rendimiento de las ventajas físicas, mentales y psíquicas de las chicas en este tramo de edad, afirman. En dos palabras: como ellas son más espabiladas, juntarlas con ellos en las aulas empeora sus notas y coarta su desarrollo.
Pero las pretendidas bondades del modelo van más allá. En los tiempos que corren abundan los mocetes deslenguados y las hormonas andan disparadas, de forma que la educación diferenciada libra a las niñas de cualquier forma de acoso de los niños y las centra aún más en sus potencialidades intelectuales.
Lo que más inquieta del caso es que, si usted cae en la cuenta, todo lo escrito hasta ahora guardaría una lógica idéntica si coloca un sujeto diferente. La misma argumentación podría aplicarse cambiando niño/a por emigrante/riojano. O por gitano/payo. O por listo/deficiente. O por rico/pobre…
¿Hasta dónde puede estirarse la diferenciación? ¿De verdad supone la mezcla un lastre? Tengo para mí que estas tendencias exclusivistas amparadas en la diferencia -ya se están promoviendo también en Estados Unidos colegios sólo para homosexuales- llegan por la consideración de la escuela como una burbuja en vez de como un banco de pruebas de lo que un chaval se va a encontrar fuera. Y lo que hay fuera, además de matemáticas e inglés, son emigrantes, gitanos, gente más o menos lista, niños y niñas…
Si la cosa va a más, lo único que me consuela es que a mí no me alcanzará. Aunque sea un poco tonto, me satisface haber compartido pupitre hasta con chicas a las que ni siquiera mi presencia les ha impedido llegar a ser directoras generales.