Conocí a Francisco Camps hace ahora seis años. Nájera acogía entonces la edición de ‘La Rioja Tierra Abierta’, y mandatarios de toda España pasaban por la muestra como un turista más cada vez que su agenda los enviaba por los alrededores y, de paso, lanzaban algún discurso político.
Lo que más llamaba la intención de Camps era, efectivamente, su traje. La entonces gran promesa del PP nacional vestía con elegancia inusitada una de esas americanas de doble bolsillo y ligeramente entalladas que, embutida en su más de metro ochenta de altura y su tez morena, le conferían una apariencia de solemnidad y poderío. Hablaba el ya expresidente valenciano con la misma cadencia que se ha visto ahora en su comparecencia para explicar su dimisión acosado por el cohecho impropio y las opciones electorales de Rajoy. Tenía (tiene) dedos no sé si de torero o pianista, largos y delicados que blandía para subrayar cada frase. A veces, unía sus manos y juntaba las yemas de una con las de otra delante del micrófono en un gesto más de supremacía. A pesar del corte de su vestimenta y su control gestual, Camps ofrecía sin embargo un no se qué adusto y apolillado. Entre las maravillas de San María la Real, el líder valenciano no parecía un líder, sino que podría pasar por un regio sacerdote de edad indefinida. Por un momento cerré los ojos mientras ofrecía la rueda de prensa, y me lo imaginé como una más de las antigüedades del monasterio najerino.
Repasando la hemeroteca he descubierto que habló en La Rioja de dinero . “El Estado de las autonomías no se hace con decisiones unilaterales”, titulé como resumen de su discurso. Quién iba a decir que años más tarde sería también la financiación (no de la sanidad como hizo entonces, sino de su propio armario) lo que llevaría a abandonar el cargo.
Fotografía: Camps, durante su visita a Nájera en el 2005 junto a Pedro Sanz (Enrique del Río)