Hay quien recuerda su cumpleaños porque coincide con el de otra persona. Yo acabo de caer en la cuenta que voy a hacer 40 años porque son los mismos que cumple un edificio. Además de la edad, comparto otras cosas con el instituto D´Elhuyar. Por ejemplo, que entré en la adolescencia por su puerta principal.
El parque de Las Chiribitas que lo circunda tenía entonces un aire de descampado, así que el paso desde el colegio conllevaba además algo de viaje más allá de la frontera diaria. Las canastas del patio conservaban todavía los tableros de aglomerado, cada profesor sufría un apodo innombrable en su presencia y en las aulas las persianas se subían y bajaban con una manivela que siempre desaparecía. El centro aglutinaba una mezcla efervescente de gente e inquietudes cuando la palabra mestizaje no existía pero, sobre todo, se respiraba un aire de libertad. En el runrún de la cafetería que despachaba bocadillos de tortilla con picante, en las esquinas del patio donde olía a Fortuna mentolado, en la clase que enseñaban a declinar latín o en la de informática donde mandaba el Basic Básico. A veces me tropiezo por la calle con algunos de los que compartieron aquellas mismas aulas. Hay ingenieros, maestros, operarios, ejecutivos, parados y algún periodista. Nos saludamos sin pararnos porque ha pasado tanto tiempo que ya no recordamos quiénes somos. Sólo queda la vaga idea de que el otro es también uno del D´Elhuyar.
Fotografía: Justo Rodríguez