Ni Transversal es una editorial de relumbrón ni Ismael Martínez Biurrun
un autor reconocido entre el gran público. Y, sin embargo,
Infierno
nevado concentra en altas dosis los ingredientes para merecer un lugar
más destacado en los anaqueles. Su principal virtud radica en el único
requisito inexcusable para una primera novela: una esforzada capacidad
de atracción que, además, medra a medida que el relato avanza.
Es
cierto que Martínez Biurrun (Pamplona, 1972) no aporta una voz
excesivamente singular en su debú literario ni su narrativa rompe con
esquemas preestablecidos. Tampoco se antojan esas sus prioridades. Su
objetivo enfoca más hacia la mezcla de géneros como interruptor desde
el que encender el interés del lector. Hay en Infierno nevado de (casi)
todo: mucho de historia romana y raciones generosas de terror; acción
explícita y pesadillas mitológicas; crónica y ficción. Jugando en esa
liga, el autor explota los recursos en los, a las pocas páginas, se
advierte que mejor controla como son el manejo de los grandes
escenarios y la facilidad para dosificar el miedo que empapa
omnipresente la trama.
En este punto saca músculo el Martínez Biurrun
de mirada cinematográfica -además de coautor de la película
![](/chucherias/files/ismael.jpg)
, es especialista en la escritura y desarrollo de guiones- que
resalta la carga visual de la novela. Celio Rufo, escribano de una de
las legiones asentadas en el siglo I a.c. en el Pirineo Occidental, es
quien conduce una historia que arranca con la desaparición de una
partida de alimentos en el corazón de las montañas. A modo de
flash-backs, y escalonando el misterio que gobierna el libro, va
desvelando los hombres y los monstruos de aquella Vasconia. Ese
contexto geográfico parece ser la excusa para el subtítulo en eusquera
de la novela. Yugo obligado, se intuye, para alguna subvención local
que no debe despistar sobre el origen y el fin de un libro revelador.