La pareja que formaban PR y PSOE en el Ayuntamiento de Logroño se rompió el 22 de mayo, pero las relaciones estaban contaminadas desde tiempo atrás. Los resultados electorales no sólo sacaron a ambos del Gobierno municipal, sino que abrieron la espita del malestar acumulado entre los socios del bipartito que ahora, con ambos partidos en pleno proceso de obligada reconversión, ha estallado en forma de acusaciones mutuas sobre la culpa de la derrota. Es lo que tienen los matrimonios donde a falta de falta amor impera la conveniencia.
Curiosamente, el argumento es idéntico en los dos bandos: “Debimos romper el pacto antes de acabar la legislatura”. Es la reflexión del PR, que se agarra a los incumplimientos del PSOE. Es la opinión del PSOE, que cuelga ahora en el tendedero el ‘caso de las esculturas’ y Logroño Turismo que gestionó el PR. La pregunta resultante es obvia: ¿Y por qué no rompieron si ambos lo creían necesario? Ah, claro, esa cosa llamada lealtad y que, por lo visto, supera hasta las evidencias más sangrantes. Era por el bien de los hijos, que dicen las parejas divorciadas después de años de convivencia insoportable.
Y en medio del fuego cruzado, el papel de Tomás Santos. El alcalde al que los regionalistas acusan ahora de indolencia y renuncia a su obligado protagonismo, y al que los socialistas defienden del intento de anularle por parte de Miguel Gómez Ijalba y Ángel Varea. Resulta inevitable oler en las declaraciones un aroma de búsqueda de culpables ajenos. Alto tan recurrente como preocupante ante la mayoría absolutísima del PP y que sólo hace féliz a Pedro Sanz. El mismo que pontifica a cada elección que los pactos son aberrantes. Los de los otros, claro.