Si en vez de un libro fuera un perro, ‘Casi tan salvaje’ mordería como un doberman. El debú literario de Isabel González (Ejea de los Caballeros, 1972) no es un ejercicio de complacencia ni egocentrismo estético. Se trata de ajuste de cuentas de la autora consigo misma y sus circunstancias (tal vez también con su género, hasta con su generación) en forma de dentelladas con las que unas veces sangra a borbotones y otras deja herido al lector.
Articulada en 21 relatos cortos, la obra se adentra por las zonas en sombra de lo cotidiano de una manera tan retadora como su título. González deja de lado la autopista de las emociones y toma carreteras secundarias, jalonada de socavones, para llegar a su destino: inquietar a quien lo toma entre sus manos, enfrentarlo ante el espejo al que siempre resulta incómodo mirar. Ella es la primera que se desnuda para que los demás se desvistan. Y lo hace con un estilo tajante, plagado de frases arrebatadoras. Adobes literarios con los que reconstruye una rutina onírica que sistemáticamente derriba para caminar descalza sobre sus añicos.
«A veces, Dios venía a nuestra casa. Éramos tres hermanos y siempre me tocaba a mí cederle el asiento, usar el taburete de la cocina. Lo mismo podía suceder un martes que un domingo. Mi madre, a escondidas, chupaba la cuchara de plata y la abrillantaba con su delantal grasiento. Me llenaba de repugnancia y de la firme promesa de no convertirme jamás en Dios». Así presenta uno de los retales de su memoria íntima en el relato ‘Monoteísmo’. Y de esa manera, con una mezcla imágenes improbables y detalles extraídos con ojos que observan donde otros sólo miran, alcanza a pronunciarse con algo tan cotizado como es una voz absolutamente propia que hace difícil emparentarla con alguien que no sea ella misma.
González encuentra el material de derribo para su escritura a cada paso, en todos pliegues. Desde el periódico donde trabaja actualmente en Madrid como infografista –«eso era la redacción: un lugar donde vas al baño y, de regreso, han volado una mezquita y tu silla. Lo del asiento es lo que agota. Lo otro, una información de apertura a tres columnas»– hasta el interior de su propio pecho: «No es amor lo que se pide. Son muchas cosas pequeñas y sin descanso. Una tras otra. No sé por qué no lo llaman muchas cosas pequeñas y sin descanso».
Dibujante además de periodista y profesora de microrrelatos, la huella de Isabel González había quedado ya impresa en antologías como ‘Por favor se sea breve 2’ , ‘Parafilias ilustradas’ y ‘Relatos en cadena’. En cada una ellas dejó entrever los detalles de sus maneras que ahora se condensan en ‘Casi tan salvaje’ de forma brutal, sin conceciones. Una autora tan difícil de encasillar como fácil resulta dejarse seducir por su mirada. Tan estimulante como ajena a lo previsible y ‘Lo normal’, como bautiza uno de los cuentos que mejor identifican su prometedor primer libro: «Porque lo normal es perder un guante, fue encontrar tres en mi bolso y volvérseme el mundo una incógnita, un planeta sin leyes, un abismo sin baranda hasta que hallé a la mujer de tres manos y se los regalé».