Tres de la tarde. Huyo de Logroño. Voy a Villamediana. Intento salir de La Estrella. Sigo en primera. Sigo en el atasco. Atasco a las tres. De película ¿Qué hago aquí? Ah, ya me acuerdo. Vivo en un pueblo y trabajo en la ciudad. Qué mala costumbre. La de vivir, digo. Gruñe el embrague de mi coche y el Audi que tengo detrás. Sinfonía de claxon en do mayor. Cinco minutos, avanzo un metro. Algo es algo. Al menos un logroñés está en primera. Aunque quiera no llego a segunda. Ni siquiera a segunda B. Un golpe antes de llegar a la rotonda. «Mujer tenías que ser», dice el de la furgoneta. «Y tú imbécil debes ser», contesta la chica al repartidor de mala leche. Insultos intermitentes. Un intermitente hecho añicos. Empieza a chispear. Todo se emborrona. El del Audi intenta adelantar Pero no hay sitio. Sólo una madre con un cochecito que quiere pasar. De una acera a la otra. Un cafre contra el paso de cebra. Frenazo de última hora. «Hombre tenías que ser». Llega una ambulancia de frente. Al hospital, claro. Está al lado. Tan cerca y tan lejos. Sirenas bajo el agua. La fila se echa a un lado. Pero no hay lado. Al viejo de la citröen se le cala el coche. El del 207 tiene que subirse a la acera. Un rasponazo contra el Focus. El del Ibiza tampoco se irá de vacaciones. Dos retrovisores por el suelo. Las sirenas se impacientan. El paciente que va dentro de la ambulancia también debe estar impaciente. Pero no lo veo. Mejor. Cristales tintados. Yo también me estoy poniendo negro. Muy malo. ¿Qué me pasa doctor? Necesito un termómetro. El indicador de la temperatura del coche está que arde. Yo también supuro. Sudores por la frente. Y en los numeritos digitales de la guantera. Y mi pecho. Late que te late. El corazón. ¿Qué hace el del Audi? El señor del citröen ha vuelto a  atascarse. Las sirenas son animales salvajes. Para salvaje me subida de presión. Debería ir al hospital. Casi que no. Si me pongo no llegaré. Mejor respiro. Y espero. Que pase el atasco. Que el reloj deje de dar las tres.