Hay fanáticos musicales que pontifican que una buena canción puede salvarte la vida. Mi diagnóstico es mucho más modesto. Me conformo con asociar un grupo, un tema o una noche a un fragmento difuminado de mi autobiografía. El año que robé a Jose el disco de Morrissey que yo mismo le regalé, el absurdo verano que pasé canturreando estribillos de Modern Talking en absurdas verbenas juno a Ana, la noche que a Carlos y a mí nos pasó por encima un concierto de Los Ramones.
Hilvanando el tiempo con una aguja musical pensaba yo que al menos conseguiría tejer momentos personales e interansferibles. Tatuajes mentales que podría exhibir al cabo del tiempo como un arrugado legionario cuando los grupos echaran el cierre y yo siguiera abierto. Yo estuve allí; yo lo viví.
Se acabó la ilusión. El virus de la resurección se propaga entre grupos más rayados que un elepé de vinilo. Los aires del revival soplan con fuerza y reavivan brasas que parecían apagadas. Héroes del Silencio, Nacha Pop, Olé Olé (versión Vicky Larraz) o Toreros Muertos llenan el vagón patrio de un tren en el que ya están subidos ilustres internacionales como Genesis, Police o The Jam.
Hay pocos requisitos para volver a escena. Basta con disponer del alta en la clínica de desintoxicación, carecer de escrúpulos para mancillar joyas que uno mismo talló en un instante de brillantez juvenil y estar vivo. Éste último, a veces, tampoco es imprescindible. Loco Mía lo saben. Los autores de ese misterioso estribilllo que fue «Sexo, Ibiza, Loco, Mía, Marcha, Ibiza, Loco, Mía» regresan. Bueno, ellos no. Los originales, calvos y plagados de achaques, han ‘vendido’ su marca para que otros aguerridos jóvenes muevan los abanicos e interpreten entre hombreras y trajes fosforito la misma canción (sic) que sonó hace 20 años.
La idea me parece soberbia. Rocío Jurado tendrá así la ocasión de renacer. La Dúrcal volverá a cantar rancheras. Las dos tendrán al Fary como telonero.