El miércoles se vivieron en Logroño dos escenas históricas por inéditas. Una: la manifestación masiva que cerró el 14N y sacó a la calle a miles y miles de riojanos hartos de las políticas de recortes y la limitación de derechos. Dos: unos altercados en el epílogo de la marcha que enfrentaron a policías y un grupo de manifestantes con una virulencia inusitada en la tierra de la excelencia, el buen vivir y el chorramasdá. El periodismo ciudadano alimentado por las nuevas tecnologías exime de pronunciarse sobre el número de los secundaron la protesta o la agresividad con que se desarrollaron los disturbios. Basta con revisar todos los vídeos que pululan por Internet para que cada cual conforme una opinión propia sin tener que acatar por decreto la versión oficial.
El dilema no radica pues en decantarse por un bando. Ni siquiera en preguntarse por qué si, como afirma la Delegación de Gobierno los protagonistas de la algarada fueron elementos «habituales», no se actuó preventivamente evitando esas pelotas de goma que remiten a tiempos tenebrosos y emborronan una esquina del cuadro. Entre otras cosas porque tal vez haya interés en que el debate se polarice. En que comentarios como éste deban loar la respuesta policial o denunciar su desproporción, en vez de fijar cuál es la foto real de La Rioja en una coyuntura crítica. Yo, desde luego, me quedo con la de una Gran Vía plagada de una multitud desencantada, serena y orgullosa.
Fotografía: Justo Rodríguez