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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

El colegio virtual

Mientras llevo al colegio a mi hija de once años con su mochila de ocho kilos, atrampado en el atasco de la única calle de la ciudad que no está en obras, pienso en lo absurdo que resulta, en la era de la videoconferencia, organizar cuatro pifostios de tráfico diarios para que niños y profesores se inflijan mutuamente un tormento innecesario en nombre de la Educación. Los alumnos, obligados a madrugar y a ser arrastrados hasta los potropupitres medievales donde han de permanecer imposiblemente quietos y callados durante horas, y los docentes a soportar la lógica rebelión de los chavales ante semejante suplicio. En mi escuela la única fuente de Conocimiento era la enciclopedia Álvarez explicada por un maestro pegón en el aula siniestra adonde no quedaba otro remedio que acudir. Pero en el siglo XXI, ¿a qué esperamos para instituir el cole virtual? La primera de sus muchas ventajas sería que profesores y alumnos no tendrían ni que verse. Las clases se transmitirían por internet, por móvil o por videoconsola, o a través de Canal Cole +, multihorario y en abierto. Los docentes explicarían sus materias sin interferencias, no se quemarían tratando de imponer el orden público y a los niños que no hubiera dios que los aguantara los aguantarían en su casa. Los mocetes podrían recibir las lecciones con la legaña puesta y en pijama o en pantaloneta, no hablarían en clase ni se harían putadas en el recreo y dejarían de pagar justos por pecadores, formales por trastos y despabilados por torpes. Las alumnas musulmanas podrían asistir con los siete velos a su clase-tele orientada a La Meca y en los hogares cristianos podrían colgar un vía crucis entero sobre la pantalla de plasma. Los camellos no menudearían por los colegios, los adolescentes dejarían de zanganear por la calle y las delicadas columnas vertebrales de los escolares no se deslomarían por exceso de carga. Los padres, en fin, además de ahorrar tiempo, paciencia y gasolina, controlaríamos y hasta educaríamos más a nuestros hijos en lugar de depositarlos en un reservorio para que otros los hagan. Y ya se podría reventar también Vara de Rey al cesar las cargantes caravanas de coches cargadas de papás con hijos cargados de libros para aprender igual que hace medio siglo, cuando no había videochat ni burn out ni pastillas ni fracaso ni acoso escolar. Este sistema educativo no sería peor que la enciclopedia Álvarez y los reglazos en la punta de los dedos, y quienes no conocimos otro no hemos salido tan tontos, creo.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.