En los teatros de ópera suele ofrecerse la traducción simultánea de los libretos cantados en idiomas distintos del vernáculo. Los textos originales en italiano, francés o alemán son los más frecuentes del repertorio, pero también los hay en ruso, checo, inglés y otros. Lamentablemente apenas hay ópera española, de manera que en las representaciones de nuestras temporadas los aficionados hemos de repartir la atención entre el escenario y los rótulos que van saliendo por una pantalla si queremos seguir la acción al detalle. En el madrileño Teatro Real los diálogos se vierten, obviamente, al castellano. Como en la Maestranza sevillana o el Campoamor asturiano. En el Liceo barcelonés se traduce sólo al catalán y a los demás que nos den butifarra, si bien somos cuatro y el polaco mal que bien se entiende. ¿Y en Bilbao? Pues en el moderno Euskalduna, como en el viejo Coliseo, la ópera siempre se ha traducido al español, único idioma que allí habla y comprende todo el mundo. En cierta velada, antes de comenzar la función, se anunció por megafonía que la diva de turno se sentía indispuesta. Como de costumbre, el mensaje se dio primero en euskera y entonces nadie movió un labio, pero cuando lo repitieron en castellano un murmullo unánime recorrió la sala: ahora sí se había enterado el respetable. Pues cuando hace unos días los aficionados de la Asociación Riojana de Amigos de la Ópera (cuyas siglas sugieren otra cosa) asistimos a una representación de El holandés errante nos topamos con que el libreto del drama wagneriano, escrito también por el músico en su alemán oscuro y difícil hasta para los alemanes, se traducía también al vasco. Uno creía que el propósito de una traducción era hacer inteligible un texto escrito en otra lengua convirtiéndolo a la propia y no, absurdamente, a un idioma más incomprensible aún para los espectadores que el original. Cierto que aún se tradujo al castellano, pero al compartir ambas versiones la misma pantalla el tamaño de la letra se redujo a la mitad. Y entre que ni en el mismo Bilbao puede haber alguien capaz de comprender a Wagner en euskera y que, dada la edad media del auditorio, la pérdida de agudeza visual era general, resultó difícil entender lo que estaba sucediendo en escena. El tipo de la chupa negra que apareció ante su arrastrero escupiendo consonantes lo mismo podía ser el holandés errante que el ondarrés currante, aunque a lo mejor se trataba de eso. Cosas del bilingüismo por decreto. O por libreto.