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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Como las barbas del profeta

Como bien sabemos la era musulmana comenzó en el siglo VII cristiano, de manera que ahora andarán por la Edad Media, cuando en nuestra muy civilizada Europa se cometían las peores barbaridades en nombre de Dios y su religión verdadera. Eran tiempos en los que se quemaba viva a la gente por mantener relaciones sexuales con el diablo, defender el heliocentrismo o rechazar los sacramentos. Pero en Occidente hemos evolucionado desde pagar con la vida la herejía hasta representar una obra de teatro titulada Me cago en Dios sin que pase casi nada. Es lo que tienen la libertad, el progreso y la democracia. Se acaba perdiendo el respeto incluso a lo más sagrado o poderoso. Un reciente ejemplo es que la familia real ha dejado de ser el talismán tabú que fue en la Transición y ya es pasto de humoristas, imitadores y meneamuñecos con menos gracia que deseo de transgredir. Vivimos en un país donde el choteo, la descalificación, el despellejamiento y el insulto son prácticas tan habituales que acaban perdiendo su función ofensiva para convertirse en elogios («qué listo es el cabrón»). Pero existen otras culturas, como la musulmana, que no comparten nuestro desarrollado sentido del humor. Los islámicos no sólo no se tiran al demonio sino que se van hasta el quinto coño infibulado para tirarle cantazos, a pesar del alto riesgo de perecer asfixiados en la cola. Y si rechazarían hasta un retrato de Mahoma pintado por Goya cómo iban a reaccionar a nuestras irreverentes caricaturas occidentales. Para ellos es, más que un ultraje, una blasfemia, y no olvidemos lo del siglo XIV. Puede que dentro de seiscientos años se estrene en Teherán un vodevil titulado Me cago en Alá y no pase casi nada, pero antes tienen que aplastarse mucho mientras intentan apedrear al diablo (¿a qué esperarán las sectas satánicas para asaltar las embajadas islámicas como protesta por la ofensa a su Señor?). Esta gente da miedo. Si por un monigote montan semejante follón, qué nos harán a los infieles degustadores de rioja o jamón si además les decimos que nos repugnan y agravian cosas como el sometimiento de la mujer, el terrorismo fanático, la teocracia, la lapidación de presuntas adúlteras o la amputación de manos, y que nuestra libertad de expresión e impresión es tan sagrada como las barbas de su profeta. Al demonio sólo le tiran piedras pero a nosotros, seguro, bombas atómicas. La tercera guerra mundial sellará la matanza de civilizaciones pero, consolémonos, será santa.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.