ETA, organización terrorista decana de Europa y una de las bandas criminales más prestigiosas del mundo, lleva cuarenta años asesinando, mutilando, secuestrando, torturando, destrozando, robando y chantajeando a ciudadanos inocentes y sembrando dolor, indignación y desesperanza en la demás gente bien nacida. Durante décadas su capacidad operativa fue tan grande que sus potenciales víctimas (todos los españoles salvo los chulobombas del mundo nacionalista-abertzale) no creíamos que fuera posible acabar con ellos ni con aquella guerra sucia de opereta que todos aprobamos por lo bajinis aunque luego nos rasgáramos las vestiduras. Pues todos queríamos acabar como fuera con aquellas alimañas de capucha y chapela capaces de asesinar a sangre fría no ya a militares, guardias o concejales indefensos sino a mujeres embarazadas, padres de la mano de sus hijos o niños mientras dormían. Pero la poderosa tenaza jurídico-policial empuñada a ambos lados de la muga funcionó con eficacia y la bestia cayó herida de muerte. ETA nunca ha estado más próxima a su fin gracias a la firmeza de la lucha del Estado de Derecho contra tan terrible enemigo hasta su derrota. Y cuando a esa panda de matones le quedaban dos teleberris, el mismo grupo político que quiso liquidar a los etarras cuando estaban cachas, más interesado ahora en liquidar a la oposición, va y les saca la bandera blanca entre las almenas del Congreso con el apoyo de los que tampoco quieren ser españoles pero nunca han llegado a asesinar para demostrarlo. Para qué, si sólo tenían que recoger con guantes de seda los frutos empapados en sangre que los valientes gudaris iban dejando caer por el camino del terror. ¿Qué es eso de «dialogar» con ETA si «abandonan las armas»? Será para leerles sus derechos antes de juzgarlos y encerrarlos, ¿no? ¿Cómo que «todo por la paz»? Aquí nunca ha habido guerra sino un ataque terrorista salvaje, continuado y unidireccional (exceptuada la chapuza del GAL). Y ahora, después de destrozar a mil pacíficas familias y de calificar la masacre como «conflicto armado» salen ofreciendo «diálogo y negociación como único camino» para solucionarlo. El asqueroso cinismo de esta gentuza sólo es comparable a su inhumana crueldad. Negociar con terroristas es justificar su siniestra estrategia, darles al final la razón, y si es verdad que están negociando con ellos, nuestros gobernantes son unos cobardes. De modo que se entenderán bien compartiendo cafés e intercambiando sonrisas con tipejos acostumbrados a disparar en la nuca y echar a correr como ratas.