Hace casi dos millones de años, unos humanos con un cerebrode la mitad de tamaño que el nuestro ya cuidaban de sus ancianos enfermos. Releo la frase varias veces, no por lo del cerebro (mi santo dice que alguno que conoce ha evolucionado poco, lo tiene igual), sino por lo que conlleva la humanidad, y eso no sé si ha aumentado tanto como el cerebro en estos dos millones de años. Ojo, dos millones de años, que se dice pronto.
Mi hijo comienza el curso con un trabajo sobre los primeros homínidos. Entre la bibliografía que empieza a manejar, hay un artículo de una revista científica en el que se recoge lo que acabo de contar, a partir de unos restos hallados entre Turquía y Georgia, que muestran que tenían una organización social lo bastante compleja para cuidar de una persona anciana y enferma. El codirector de Atapuerca, E. Carbonell, ha destacado que incluso utilizaban utensilios para ayudarles a triturar la comida.
El anciano de entonces, por supuesto, sería un chaval para nosotros. Sin ir más lejos, a principios del siglo XX una mujer apenas podía esperar alcanzar los 35 años. En cambio, ahora la esperanza de vida de una riojana es de 85. En nuestra vida es más lógico pensar que vamos a ser más tiempo viejos que jóvenes.
Y es que somos más viejos que nunca. El futuro ha sido y será generoso con la edad. Nunca ha habido una sociedad con tantos abuelos y bisabuelos. Sin embargo, dos millones de años después de aquellos homínidos, en la era de la tecnología, de la información, de la comunicación, dejamos solos a los mayores de nuestra tribu. Los dejamos enfermar de soledad. Hemos profesionalizado tanto el cuidado de los ancianos que nos hemos olvidado de la dimensión familiar, en la que están la ternura y el cariño. Y esto no se puede profesionalizar, no es responsabilidad de las administraciones.
Todos esperamos, y consideramos un derecho, programar razonablemente nuestro futuro y vivir una vida segura, satisfactoria y completa. La longevidad es quizá la mejor medida de la calidad de vida. Después de todo, si estamos muertos, no podemos hacer nada para ser felices.