Una cajera de un supermercado en Inglaterra se negó a atender a una clienta que, mientras depositaba la compra en la cinta, estaba hablando por el móvil y ni había saludado a la cajera –leo en un periódico-. La señora se quejó a la cadena, que se disculpó y le recompensó con unos vales de compra. Pero la cosa no quedó aquí, porque la historia saltó a los medios y a las redes sociales, que en su mayoría se pusieron del lado de la cajera y dejaron como maleducada a la clienta.
Mi experiencia más bien ha sido al revés, no solo la de que no te salude quien está en la caja del supermercado, sino que ni te mire mientras estás sacando la compra del carrito y pagando. Lo novedoso es que, en este caso, es la cajera la que se queja de la clienta, y me parece muy bien.
No hay día que no me pregunte, ¿tanto cuesta dar los buenos días?, ¿tanto cuesta decir gracias, por favor, adiós? Parece como si no se llevaran la cortesía, los buenos modales. Por eso, me ha llamado tanto la atención y de forma tan positiva la historia de esta cajera inglesa. Hemos pasado de las relaciones sociales, quizá demasiado rígidas y encorsetadas de hace años, al más absoluto desprecio a las normas básicas de convivencia y respeto, que son el saludo, gracias, por favor, de nada, usted primero.
Estas normas son indispensables para las relaciones humanas y generan bienestar alrededor, agradan al interlocutor. Y se trata de hacerlo no sólo por los demás, sino por una misma, porque como decía mi abuela “educación y buenos modales abren puertas principales”. ¿Dónde se aprende todo esto? Pues en casa, en la familia. Y se aprende, como todo, por imitación, hay que predicar con el ejemplo. Por cierto, no pensemos que buena educación y alta formación son equivalentes, porque no son lo mismo.
Quien sujeta la puerta al pasar, quien cede el paso, quien dice buenos días, gracias, por favor, adiós, quien cede el asiento en el bus, quien hace eso no tendría que ser la excepción. Estos días en que estoy frecuentando el Hospital San Pedro me llama la atención que al entrar en el ascensor siempre digo “buenos días” o “buenas tardes” y que raramente contestan los que ya están dentro o los que están entrando. Es muy sencillo: se trata de ser amable con los demás, también en el trabajo, de pedir algo o de darlo con una sonrisa (y con un buen tono de voz), porque lo fundamental, como en todo, es la actitud. No es solo una cuestión formal, es algo más, ya escribió Oscar Wilde que las buenas maneras son el principio de la moral.
Hemos olvidado lo importante de un trato correcto y respetuoso con los demás y tenemos que recuperarlo. Por eso me pareció genial lo que figuraba en la lista de precios a la entrada de una cafetería: “Un café 2,80 €. Por favor, un café: 1,80 €. Buenos días, cuando puedas me pones un café, por favor: 0,80 €”. Y es que resulta muy rentable decir “buenos días, gracias, por favor”.