8 de noviembre. Ese martes, el 8 de noviembre, el mundo entero va a estar al tanto de las elecciones en Estados Unidos. Se sigue en los medios la campaña americana casi como si fueran nuestras elecciones. La verdad es que el resultado tiene un impacto enorme más allá del propio país y, además, la campaña es en sí misma todo un espectáculo.
A ello contribuye de manera decisiva uno de los candidatos, el impresentable Donald Trump. Me sigue pareciendo increíble que después de todo lo que dice, las encuestas le den un apoyo de más del cuarenta por ciento. Más allá de su machismo repugnante, de su narcisismo inagotable, su discurso es un ejemplo del populismo que nos rodea.
Durante años han sufrido el populismo en América Latina, ahí está Maduro en Venezuela, pero la fiebre del populismo amenaza ahora a Estados Unidos y ha contagiado a las democracias europeas. Le Pen en Francia, la extrema derecha en Alemania o en Austria, el movimiento de Beppe Grillo en Italia o mis parientes de Syriza en Grecia son muestras del auge de los populistas, a derecha o izquierda, en nuestra Europa. El triunfo mismo del Brexit se explica por la demagogia antieuropea que defienden también los populistas radicales.
Prometen lo que no se puede cumplir, cuestionan el sistema de democracia parlamentaria y, en la era del espectáculo, apelan a las emociones frente a la razón y al sentido común. No conozco a nadie que defienda las ideas de Trump, pero ese populismo lo tenemos también aquí, y también pone en cuestión nuestro sistema democrático.
Es más fácil gritar eslóganes y consignas que defender y rebatir argumentos, pero la democracia es precisamente esto último. De la misma manera que Trump dice que “aceptará el resultado de las elecciones, si gana”, en España los populistas han dicho que no aceptarán el resultado de la investidura y ya están calentado en las redes sociales rodear el Congreso como presión ante un resultado que no les gusta.
Aprovechándose de los efectos de la crisis y de los casos de corrupción, los populistas han capitalizado el descontento de muchas personas, que ellos llaman “gente”. Pero ¿quién es la gente? Todos somos gente, como si los que no piensan como ellos no fueran gente, fueran alienígenas. La cuestión es que han engatusado a mucha “gente” con fórmulas fracasadas y que nunca han funcionado en la historia. Escribe Savater que el populismo es dar respuestas falsas a problemas verdaderos. Vamos, como aquellos charlatanes de feria que para curar la calvicie te vendían fórmulas crecepelo.