Me empeñé en llevar a mi santo a ver el documental “El gran silencio”, casi tres horas de cine sin otro ruido que el de los pasos de los monjes en el ascético monasterio francés de clausura de la Gran Cartuja de Grenoble (mucho protestar, pero le encantó). Era tal el silencio en la sala, que algunos aprovechábamos los breves momentos de canto gregoriano para comer a toda velocidad las palomitas. Una película sobre el silencio. Todo un lujo.
No sé cómo irá de espectadores la película, pero seguro que no está en los primeros puestos de taquilla. Muchos menos, en cualquier caso, que los que han participado en los carnavales de Tenerife o los que van a disfrutar de las Fallas de Valencia, cuyos preparativos han empezado ya esta semana.
No he estado nunca en las Fallas, no sé si el juez que prohibió en primera instancia los carnavales de Tenerife ha estado alguna vez, pero no creo que pida el traslado a Valencia. A punto han estado de no celebrar los carnavales por las molestias que ocasionaba el ruido a los vecinos. Menos mal que otro juez levantó la suspensión.
La Organización Mundial de la Salud califica el ruido como la primera molestia ambiental en países industrializados. España es el segundo país del mundo, después de Japón, con mayores índices de ruido, aunque creo que es más apropiado lo de “contaminación acústica”. Pero lo malo no son las fiestas, que al fin y al cabo duran lo que duran. El día a día es lo peor, lo ruidosos que somos cotidianamente. En este sentido, se suceden las sentencias contra el ruido, en Villarreal, en Zaragoza y en muchas otras ciudades.
Los vehículos provocan el 80% de la contaminación acústica de las ciudades, aunque se tolera más que otros ruidos. Algo sangrante son las motos que, con el tubo de escape rugiendo, atraviesan a toda pastilla las ciudades ante la pasividad de la policía municipal; o los que van con las ventanas bajadas y la música a todo trapo -nunca he oído que lleven gregoriano-. ¿Para qué hacemos normas contra el ruido? Hay un exceso de leyes en nuestro país. ¿Para qué tantas leyes que no se cumplen? Me compadezco de los que viven en las zonas de copas por la noche (copas, que no vino, por la noche). También están las obras, pero al menos éstas acaban y son para mejorar nuestra ciudad.
Somos una sociedad chillona. Recuerdo una parodia que hacía Boadella en una serie de televisión hace años: para dar clase de “tertulia española” a un grupo de extranjeros, les ponía a todos a hablarse a gritos a la vez, de forma que era imposible oír o entender algo. No tenemos cultura del silencio y cuando tenemos un segundo sin ruido, cogemos el móvil para hacer una llamada.
Parece como si un minuto de silencio fuera algo aterrador, un minuto para enfrentarnos a nosotros mismos, para tener que pensar. Y eso es algo que evitamos gracias a tanto ruido, demasiado ruido.