El domingo fui a Ezcaray y la magia de los hayedos en otoño me inundó. Hoy intentaré poner palabras a esas sutiles sensaciones que se me movieron en el alma para conformar con ellas un breve mini-mapa sobre todo lo que podemos aprender de un simple paseo por el monte si logramos caminar atentos a lo que va surgiendo.
Esos árboles tan tan altos y tan tan silenciosos me tocaron. No parecen realizar ningún esfuerzo. Tampoco tener ninguna pretensión u objetivo. Y menos aun afectarles la imagen que puedan dar. Simplemente se dejan llevar por su impulso intrínseco y por las condiciones del entorno. Y sin alboroto ninguno, sin ningún ruido, trascurren su ciclo vital desde la semilla que fueron.
Cómo me gusta ese silencio. Cierro los ojos y presto atención. Escucho algún pájaro, alguna travesura del viento, un riachuelo lejano, mi corazón y cómo respiro. Pero el silencio está ahí, de sostén, con una cualidad tierna que despeja la mente y acuna el alma.
El olor a humedad también me acompaña. Lo sigo y es él el que me lleva ahora de viaje. Pronto se nos une la piel… y por suerte no hace frío y puedo sentir las caricias del aire, de mis pasos y de lo que a momentos toco o presiono.
Abro los ojos y observo. Otros ratos entorno los ojos para que imaginación e intuición jueguen con duendes, hadas y demás habitantes de este misterioso lugar. No me suelen hablar pero me gusta verlos y sé que me hacen regalos que luego se abren en sueños o en momentos de inspiración (como en la ducha, jeje).
Y ufff… y las hojas… los colores del monte en estos meses me enamoran. Sobre todo los rojos: árboles de fuego entre amarillos, verdes, naranjas y ocres. Por qué estas cosas nos hacen suspirar? No lo sé. Quizá porque la belleza nos conecta con lo divino… Y pensar que esta maravilla la produce la muerte de las hojas! Ellas llegan al final de su ciclo y simplemente van cayendo… nada se fuerza, sólo soltar, dejar ir, para que la vida continúe con nuevos brotes tras el invierno de ramas desnudas y aparentemente inertes. Me quedo absorta viéndolas caer…
Y es que el monte, el otoño, nos puede enseñar tantas tantas cosas si tan sólo nos dejamos…
***Mercedes García-Laso, tu psicólogo en Logroño, FB, Tw y Ln | Encuentra el tema que te interesa en índice de todos los Minimapas para Tormentas***
“Se necesita una gran dosis de insensibilidad para no sucumbir al otoño.” (Emil Cioran)