Si estás interesado en el desarrollo espiritual, ya sea desde la tradición cristiana, budista o cualquier otra, incluida la de “Juan Palomo, yo me lo guiso yo me lo como”, creo que este breve post te puede ser de utilidad.
Recientemente me he leído el libro Psicología del Despertar de John Welwood (muy interesante y fácil de leer, excepto algún capitulo pelín tedioso que te puedes saltar sin problemas) y explica muy clarito la necesidad del trabajo psicológico para poder integrar lo espiritual en la vida diaria y que no se quede en efímeras experiencias cumbre o lleve a nocivos autoengaños. Como decía C.G.Jung “uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad”.
Esto, por desgracia, no ha sido así, ni a lo largo de la historia ni en la actualidad. Por lo tanto, nos encontramos, por una parte, con personas con autoridad espiritual haciendo auténticas barbaridades (tanto “gurús new age”, como sujetos pertenecientes a instituciones de las diversas religiones ordinarias); y por otra, con gente que al intentar ajustarse al ideal espiritual recurre a la espiritualidad para evitar enfrentar un aspecto doloroso de su vida, o deja pasar abusos en nombre de la compasión, o evita sentir celos o ira, por considerarlas emociones “poco espirituales”, con las consecuencias nocivas que todo ello conlleva.
A esto último es lo que llama Welwood “bypass espiritual” y es un error que lamentablemente muchos consejeros espirituales promueven, con las mejores de las intenciones, al proponer soluciones espirituales a problemas de otro origen (del entorno, psicológicos, e incluso corporales). Copio un fragmento de su libro:
“Cuando caemos en el ‘bypass spiritual’, usamos la meta de la iluminación, o la liberación o salvación, para racionalizar lo que yo llamo trascendencia prematura: intentar elevarnos por encima del costado crudo y desprolijo de nuestra humanidad antes de haberlo enfrentado verdaderamente y haber hecho las paces con él. Y entonces procuramos usar la verdad absoluta para descalificar nuestras necesidades humanas relativas, nuestros problemas psicológicos, nuestras dificultades vinculares o déficits de desarrollo. (…) Tanto la meditación como la oración pueden ser usadas como una manera de evitar contactar con las heridas psicológicas y los dolores del corazón.”
En fin, a los que os interese continuar explorando el tema, os recomiendo, además del libro de Welwood, a Maribel Rodríguez (psiquiatra, psicoterapeuta y experta en espiritualidad) y a Enrique Martínez Lozano (psicoterapeuta, sociólogo y teólogo). Y os dejo con otro fragmento (bajo la cita de Ram Dass) de Psicología del Despertar que muestra los peligros de exigirse llegar a un ideal de comportamiento de persona espiritual (la personalidad/ego no es una barrera sino un camino para el avance en el desarrollo interior). Hasta la próxima, navegantes!
***Mercedes García-Laso, tu psicólogo en Logroño, FB, Tw y Ln | Encuentra el tema que te interesa en índice de todos los Minimapas para Tormentas***
*** Durante toda su infancia, Tara había experimentado una gran falta de afecto y de contacto, para sobrevivir a la cual había acabado adoptando una actitud dura e independiente que parecía proclamar a los cuatro vientos: «No necesito a nadie. Yo sola puedo cuidar de mí». Sin embargo -y como siempre ocurre, en una u otra medida, con todas las pautas de personalidad tiempo después su desmesurada independencia acabó haciéndose disfuncional porque le impedía recibir el afecto de los demás, lo cual no hacía sino alentar la privación y condenarla al sufrimiento.
Poco antes de cumplir los treinta años, Tara ingresó en una comunidad espiritual que consideraba al ego como un obstáculo para la realización espiritual y que, en consecuencia, dirigía todos sus esfuerzos a machacarlo. Esa comunidad cultivaba una forma colectiva de bypass espiritual que menospreciaba las necesidades y preocupaciones personales, al tiempo que trataba de implantar en sus miembros una identidad espiritual “ideal”. Es por esta razón por lo que los líderes de la comunidad adoptaron una actitud agresiva hacia la excesiva autonomía de Tara que ella aceptó de buen grado, convencida, como estaba, de que sus viejas pautas eran un obstáculo para su desarrollo espiritual. Pero, en el mismo momento en que renunció a su actitud distante, perdió también todo contacto con la fuente de su poder, su voluntad y su determinación.
Cuando, finalmente, la comunidad acabó disolviéndose, Tara era completamente incapaz de hacer frente a la vida cotidiana y se vio obligada a emprender un largo proceso de recuperación para el que necesitó varios años de psicoterapia.
Para erigir una identidad independiente y fuerte que le permitiera superar las difíciles condiciones de su infancia, Tara se había visto obligada a desarrollar su fortaleza. Tal vez otra persona hubiera reaccionado ante la adversidad sumiéndose en la depresión o la huida, pero ella supo encontrar en su interior los recursos necesarios para seguir adelante. Es cierto que, de ese modo, su identidad se vio amordazada y constreñida, pero no lo es menos que la fortaleza era una de sus cualidades más notables. Por esta misma razón, en el mismo momento en que se sometió al ataque de la comunidad, perdió el contacto con su poder y con su voluntad.
Son muchos los terapeutas y maestros espirituales que creen erróneamente que el camino de la transformación requiere la desarticulación de la personalidad condicionada. Hay veces en que esta “agresividad terapéutica” es flagrante (como ocurrió en el caso de Tara), mientras que hay otras en que se manifiesta de formas mucho más sutiles, pero el mensaje implícito en ambos casos es el mismo: «serías mejor si fueras diferente».
La personalidad es una forma congelada de nuestra verdadera naturaleza y constituye, por así decirlo, el combustible necesario para el proceso del despertar.
(…) Para convertir su personalidad en un camino, Tara tuvo que renunciar a todo intento de cambiarla y trascenderla prematuramente y comenzar a investigar con más detenimiento su desmedida independencia, tratar de comprenderla y relacionarse con ella de un modo más directo. Entonces fue cuando empezó a darse cuenta de que su extrema dureza había sido una forma de cuidar de sí misma y de que, bajo ella, se ocultaba una gran vulnerabilidad e inseguridad. Y ese descubrimiento le mostró el camino para comprender y cuidar sus facetas más vulnerables y tratarse con más benevolencia, una actitud que la ayudó a recuperar su fortaleza y a reconocer su lado más amable y, en consecuencia también, las facetas más amables de los demás. ***