El camino de Santiago deja huella. Cuando el peregrino regresa a su lugar de origen, aparte de las ampollas en los pies, se lleva una mochila llena de experiencias y conocimientos, acumulados durante todo el recorrido: sobre uno mismo, sus compañeros de viaje, las gentes de aquí, los monumentos, la gastronomía, el paisaje, …y también del vino. Todo ese conjunto de sensaciones, en un contexto, paréntesis de nuestra vida habitual, cargado de encanto y espiritualidad, hace que nuestra mente sea más receptiva y también menos escéptica. Fantasía-realidad, historia-leyenda, superstición-religión, sacrificio-placer, generosidad- negocio,…. siempre han recorrido “el camino” de la par.
Los intereses, primero político-militares o religiosos, y después económicos, han sido el motor de la ruta. Se empieza a promocionar el camino de Santiago por parte de los monarcas asturianos y leoneses tratando de consolidar su reino por Europa, a la vez que se contrarrestaba y se animaba a luchar contra el poder musulmán. Desde que en el siglo IX empezaran a viajar los peregrinos a Santiago de Compostela, procedentes de los más recónditos lugares, a pie o caballería, luego en bicicleta o en vehículo a motor, el “circo” turístico-religioso montado a lo ancho de toda la península ha resultado de lo más lucrativo para algunos. El peregrinaje de tanta gente también ha permitido que las bondades de nuestros productos, a los que no es ajeno el vino, se extendieran por las tierras más lejanas, en tiempos que la publicidad no era sino el “boca a boca”.
Al principio, la peregrinación hasta donde se creía estaba el confín del mundo, se hacía para expiar los pecados y como salvoconducto al cielo, ahora los motivos, menos espirituales, son múltiples. Cualquiera que sean las razones, ahora los peregrinos buscan más la recompensa durante el camino, que en su final. Es por ello que si se quiere dejar un buen recuerdo de la ruta, es necesario dotarlo de alicientes que compensen de algún modo el esfuerzo físico que supone: jornadas interminables, a veces por monótonas campiñas, frío, calor y lluvia, dormitorios compartidos con olor a “humanidad”, ronquidos como los de ese alemán que parece se pasará la noche tratando de arrancar su Volkswagen, y despertares más tempranos de los que el cuerpo pide, después de una siempre dura jornada anterior.
A pesar de la dureza del camino, la cifra de visitantes con dirección a Santiago ha ido creciendo cada año. Más de 237.000 peregrinos recibieron la “compostela” durante 2014 en la catedral de Santiago, el triple que sólo 10 años atrás. Y sigue creciendo….Y estos son solo los que recogieron el documento acreditativo de haber realizado el camino, otros tantos no se contabilizan al obviar este trámite.
Muchos de los que llegaron a Santiago lo hicieron por la ruta más habitual, el Camino francés, que obliga a su paso por tierras riojanas, desde Logroño a Santo Domingo de la Calzada.
Además de la DOCa Rioja, sólo en España, sin contar que el recorrido se haya iniciado en Francia, donde la riqueza vitivinícola es notoria, el peregrino atravesará, o tendrá muy al alcance, denominaciones tan significativas como Navarra, Ribera de Duero, Bierzo, Valdeorras, Ribeira Sacra, Ribeiro o Rias Baixas. En ellas se topará con grandes vinos y su panorama enológico cuando termine su ruta, sin duda, se habrá ampliado. Volverán a sus casas, habiendo bebido en una fuente que manaba vino, en Irache (Navarra), probado los refrescantes rosados de “garnacha” de esa tierra, los sobresalientes vinos de Rioja, que unos habrán catado antes y otros se asombraran al probarlos por primera vez. A su paso por Burgos seguro tomarán algún vino procedente de la uva “tinto del país”, homónima de nuestro “tempranillo”, y lo compararán con el rioja, reciente todavía en sus paladares. De León, los peregrinos no se irán sin saborear un “prieto picudo”, de por ejemplo, Valdevimbre, en el “Barrio Húmedo”. Cuando lleguen a Ponferrada o Villafranca, en el Bierzo, seguro harán un hueco en su mesa junto al botillo para una botella de mencía. De ahí a Galicia, en O Barco o Valdeorras se les abrirá todo un mundo de sensaciones, con su autóctona “godello”, o con sus vinos de “mencía”, lares donde algunos de nuestros bodegueros conociendo el valor de ese terruño han abierto sucursal. Cuando lleguen a la Ribeira Sacra creerán en los milagros en cuanto vean esos viñedos de arquitectura imposible colgados en el cañón del río Sil. Antes de alcanzar Santiago habrán tenido la oportunidad de disfrutar de más de un blanco Ribeiro de su variedad reina la “treixadura” y, seguro también, de algún “Rias Baixas”, más conocidos por el nombre de su principal variedad, la “albariño”.
Durante todo el trayecto por España, el país con mayor superficie vitícola del mundo, el caminante no deja de ver vides en su ruta. En lo que se refiere al camino riojano, la masa de viñedo comienza en el pantano de La Grajera para terminar en las cercanías de Santo Domingo, pasando por Navarrete, Sotés, Ventosa, Alesón, Tricio, Nájera, Hormilla, Azofra, Alesanco, Hervías….Eso, si no se desvía hacía la ruta de los monasterios, en cuyo caso se topará con las viñas en Arenzana, Cárdenas, Badarán, Villar de Torre, Cirueña…Durante su recorrido no quedará boquiabierto con bodegas que destaquen especialmente por su diseño o arquitectura, como las que se encuentran en otras localidades de Rioja, lo que verá son instalaciones, la mayoría de mediano tamaño o de cosecheros, prácticas y funcionales, hechas a la medida de su objeto: la elaboración de vino. Tampoco el peregrino encontrará, de momento, a la espera de la apertura, por fin eminente, del Centro de la Cultura del Rioja en Logroño, ningún punto de referencia enoturístico señalable. Es por ello que cualquier visitante no demasiado informado, puede pasar de largo La Rioja sin enterarse que ha cruzado por la denominación de origen, sin duda, referencia de la vitivinicultura nacional.
Así las cosas, y con tanta riqueza enológica, me preguntaba si le sacamos el suficiente partido a esta ingente cifra de turistas, que seguro supera en Rioja la del resto de visitantes que por otros motivos se acercan a ésta, nuestra tierra “sin playa”. Mi respuesta es no. La mejora en las infraestructuras en lo referente a la señalización, trazado y acomodación es importante, y se esta avanzando, no obstante se echa de menos espacios lúdicos e informativos con temática únicamente vitivinícola que permitan que este escaparate, de pausado paseo de al menos 50 kilómetros por la DOCa Rioja, quede grabado en la memoria de los visitantes con el sello “Rioja, tierra de los mil vinos”. Amén de otras buenas cosas.
Publicado el 7 de mayo de 2013 en “Diario la Rioja”