La DOC no puede seguir ajena al debate de diferenciar producciones y calidades
Una carrera basada casi en exclusiva en el precio como la emprendida por Rioja no puede ser justa sin reconocer las realidades diversas del Rioja
“Tristes tiempos en los que hay que luchar por lo evidente”. La cita del pensador suizo Friedrich Dürrenmatt sigue de actualidad hoy, y es que la condición humana tiende a la incoherencia entre lo evidente y lo que dice o hace. El mundo del vino y en concreto el Rioja ante la gestión de un patrimonio vitícola tan diverso, no es ajeno a las contradicciones.
Evidente es que si la uva de calidad no se paga deja de hacerse, que vinos simplemente correctos como hay en Rioja y otros que bien podrían competir con los más afamados del mundo no deberían comercializarse con idéntico sello, que mientras no se creen diferentes estándares de calidad aquellos que, demostrando sus especificidades, desearan identificarse mediante su origen o proceso de elaboración, deberían poder hacerlo. Sabedores de estas incoherencias muchas de las decisiones que se toman (o dejan de tomarse) nos llevan precisamente en la dirección contraria.
La llamada a la moderación de precios de la uva y al incremento de la masa vegetal, en vísperas de la vendimia, que en las páginas de este mismo diario hizo el director general del Grupo Rioja Íñigo Torres deja en evidencia los diferentes enfoques de negocio dentro de la DOC. Sus declaraciones son fiel imagen del grupo de bodegas del que es portavoz, bodegas que basan sus beneficios en la venta de vinos destinados a un mercado menos sensible al producto que al precio, con un modelo de gestión comercial, que no niego sea tan válido como cualquier otro, pero que es el de mucha rotación y margen reducido, es decir, vender barato para vender mucho. El problema es que con el planteamiento de este grupo, que representa nada más y nada menos al 80% del sector en el Consejo Regulador, y por tanto tiene el poder suficiente para definir por sí solo las líneas maestras de lo que es y será Rioja, en unos pocos años la Denominación Calificada posiblemente será muy distinta a lo hoy es. Para bien o para mal.
Como bien se conoce, la mayoría de los terrenos más aptos para viñedo de calidad ya están hincados de viña, que en los últimos años los viticultores han necesitado duplicar su explotación para mantener su renta, que el sistema de control de rendimientos no funciona, que un incremento de superficie debe ir acompañado de otros cambios necesarios en la adjudicación de autorizaciones de plantación así como de aptitud vitivinícola, que la viña ha desplazado a cultivos que las nuevas generaciones difícilmente recuperaran si el viñedo llegara a decaer, que a los viticultores que mejor les va es a los que más producen no a los que hacen más calidad o, finalmente, que cada decisión que afecte a la viña, como principal fuente económica de la región, debe tomarse meditando muy bien las consecuencias ya que no caben planteamientos a corto plazo. Me pregunto estas manifestaciones hubieran sido las mismas gerente de la Agrupación de Bodegas Centenarias (ABC), bodegas con gestión generalmente familiar y con vocación, por su propia naturaleza, de permanencia en el tiempo.
Sorprendentemente, y a tenor de la reducción de ventas del Rioja, se pide moderación de los precios en origen de la uva. Un pequeño descenso del precio para una parte del sector en Rioja es asumible, pero para los viticultores y bodegas que apuestan por la excelencia (rendimientos reducidos, viña vieja, vendimia manual, selección,…), que los precios de la uva desciendan 0.20 € les supone quedar por debajo del coste de producción, lo cual arrastra a medio plazo a la destrucción paulatina del modelo de calidad. Que ahora digan que las ventas bajan porque el precio de la uva, o lo que es igual de la botella, sube apenas 20 céntimos de euro en un mercado maduro como es el de Rioja indica que la imagen de Rioja va aparejándose a la de vino barato. Evidentemente algo estamos haciendo mal.
La preocupación por el precio por encima de la calidad en el fondo no es otra cosa que la filosofía “low cost” lo cual contrasta con el sentir de parte del sector que apuestan por la excelencia y que tachan que el sello Rioja se está convirtiendo en una rémora para entrar en los mercados más exquisitos. Igual deberíamos tomar nota de otras denominaciones cercanas, con menos veteranía que Rioja, que han sabido hacerse valer e, independientemente de la oferta, crecer en prestigio cada año, como Ribera o Campo de Borja, o tener muy en mente otras que han acabado diluyendo su origen y hundiendo los precios de uva y vino, como Navarra o Cava.
Porque evidentemente Rioja lo vale, lo mismo caben planteamientos productivistas como cualitativos pero para ello cada viticultor o bodega debe poder elegir su modelo, o modelos, vitivinícolas y la Denominación debe poder ofrecer una identificación para cada tipo de vino según el modelo productivo elegido. De este modo todos ellos, cada cual con su modelo distinto y a su velocidad, podrían progresar sin entorpecerse, compitiendo en los mercados elegidos, tanto en los que se accede por precio como en los más exigentes con el producto. No se puede obligar a todos, viticultores y bodegas, a entrar juntos y revueltos en una carrera de competencia en el que el precio es el primer argumento de venta cuando los métodos de producción y elaboración son tan dispares. No es ésta una carrera justa.