Oía en la radio el otro día a un responsable de la lucha contra incendios, no sé si catalán o castellano-manchego, a propósito de las causas de los fuegos que estos días asolan las respectivas regiones españolas. En lugar de pedir más dotaciones o medios técnicos, en un discurso más propio de un ecologista (de los de verdad) que de un técnico-funcionario, se pronunciaba por establecer un diálogo con el paisaje y de restablecer los equilibrios naturales. Hablaba el bombero de la necesidad de implantación de especies resilentes al fuego, adaptadas al entorno y que convivan amigablemente con él. Bosques que formen parte de la economía y del medio de vida rural y, de este modo, todos estemos interesados en preservar.
Diálogo y equilibrio, dos bonitos vocablos que dan lugar a estas reflexiones hoy no estrictamente ligadas al viñedo pero a las que este cultivo no es ajeno.
Cada vez con más frecuencia vemos como determinadas plagas y enfermedades asolan especies arbóreas o cultivos a los que el hombre en su defensa no es capaz de poner límites. Ocurre con la “procesionaria del pino” que antes encontrábamos solo en valles y mesetas y ahora ha escalado cotas por encima de los 1.000 metros llegando a la montaña; la “xilella fastidiosa” una bacteria que hace honor a su nombre y que habiendo acabado con miles de olivos centenarios del sur de Italia ya está en nuestra península y amenaza gravemente a cientos de cultivos: almendros, olivos…, incluso viña; el “picudo” de las palmeras o la “oruga barrenadora”, la primera procedente de Arabia Saudí la segunda originaria de América del Sur, plagas que se ha extendido por todo el Mediterráneo por el comercio de palmeras para uso ornamental y está causando la muerte de numerosísimos ejemplares; la “lagarta verde de los quercus” una polilla que defolia y reduce la producción de bellotas de encinas y alcornoques y que también ataca a otros árboles, mermando su rendimiento y llegando a provocar graves daños en bosques y dehesas; la “tinta del castaño” un hongo que reduce la producción del fruto e incluso hace perecer a árboles de los más robustos; las “bandas marrón o roja”, por la tonalidad que presentan los pinos atacados por diversas especies de hongos y que está minando la población de pino insigne del País Vasco, una especie introducido en esta región en el siglo XIX por su alto rendimiento maderero y que ahora, por esta enfermedad, amenaza acabar con ella; la “grafiosis” del olmo que ya desde hace varias décadas ha extinguido prácticamente a una especie que encontrábamos en todas las plazas y orillas de los caminos de nuestros pueblos.
Son todas amenazas que por tratarse de especies que viven en comunidades extensas o bosques, la mayoría de propiedad pública, que conviven con fauna sensible y en zonas de más difícil acceso, los tratamientos químicos son muy complicados o impracticables, con lo que una vez que la plaga o enfermedad penetra, su erradicación se complica, quedándonos indefensos ante ellas. Esta impotencia para controlar estas eventualidades u otros fenómenos, el cambio climático es actualmente el más inquietante, da cuenta de la pequeñez del ser humano ante una naturaleza que es al final la que dispone.
Las plagas y enfermedades se producen con frecuencia por alteraciones del hábitat natural. A veces por la introducción de especies ajenas que hacen que determinados organismos patógenos, insectos, hongos, bacterias, etc. encuentren en ese medio un lugar óptimo para su desarrollo, por la cantidad de alimento disponible o por la falta de competencia o de enemigos naturales. Como consecuencia de la irrupción de estos patógenos el equilibrio del ecosistema natural se resiente o reacciona hasta que el intruso o el elemento alterador queda mermado o incluso desaparece.
El que ocurran tantos fenómenos en los últimos tiempos es también consecuencia del cambio climático, o mejor aún de calentamiento global. El medio más sensible y vulnerable, “a perro flaco todo son pulgas”, se transforma o reconvierte buscando un nuevo equilibrio adaptado a las nuevas circunstancias. A su vez el calentamiento global va in crescendo por las alteraciones del equilibrio natural. Un terrible círculo vicioso.
Lo dicho con los patógenos naturales es extensible también a otro fenómeno que está causando estragos en la naturaleza, me refiero a los fuegos. Los incendios en bosques, o selvas en otras latitudes, los intencionadas, con objeto de cambiar el uso del suelo para construcción o cultivos de rentabilidad inmediata, y los provocados por negligencias, son también de alguna manera consecuencia del desequilibrio, económico, social y cultural de un sistema que tiene en la destrucción su manera de rebelarse.
Se me ocurre esto ahora quizá agobiado por esta inaudita canícula veraniega, por los incendios que estos días asolan Tarragona y Toledo o ante la frustración por la clase política: falta de acuerdo en la cumbre de Bruselas para el reparto institucional, imposibilidad de formar Gobierno en España después de las elecciones generales o en nuestra Comunidad de La Rioja; cuando parecía que las cuentas salían fácilmente a nada que alguna de las partes cedieran mínimamente.
Pero es que no escuchamos al de al lado, del que nos importa un bledo su opinión y punto de vista, y somos incapaces de sintonizar con los sentimientos o ideas ajenas; tampoco somos conscientes, en este caso me refiero a la especie humana en general, de nuestro papel en el universo y del daño causado al entorno simplemente por estar aquí, ajenos a otra cosa que no sea nuestro propio ombligo.
No les parece que ya es hora de establecer un diálogo, un tú a tú, con nuestro hábitat, con la gente, con el paisaje, analizar porque ocurren las cosas y llegar al origen que las provoca para alcanzar respuestas y soluciones. Restablecer el equilibrio mediantes planes a largo plazo en los que los intereses generales estén por encima de los particulares.
Buenos deberes les he puesto hoy. En fin, que cada uno, a la sombra y con una cervecita bien fresca o mejor un “Fresco de Rioja” (les recuerdo la receta: tinto Rioja maceración carbónica, zumo de limón y hielo) interprete el escrito de hoy como quiera, medite sobre ello si así considera y se aplique el cuento en sus particulares circunstancias.