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Antonio Remesal

Hablando de vino

Campaña vitícola 2019-2020. La de la Covid-19

La viña el 12 de marzo se veía así. ARV

Si bien, bajo el punto de vista vitícola, ha sido esta campaña de las más singulares, no será precisamente su especialmente complicada meteorología,  lo que hará que la  cosecha 2019-2020 quede grabada en la memoria de todos. Temporales con calor, aguaceros y pedriscos, propiciaron las condiciones para el desarrollo temprano de un mildiu rabioso,  dieron lugar a un irregular cuajado del fruto, redujeron la cosecha y pusieron a prueba la profesionalidad de los viticultores para sacar adelante, a pesar de todo, una uva que, a tenor de los vinos catados y la traza de los que están en proceso, dará lugar a una cosecha excelente.

 

Sería un factor inédito e imprevisible, la llegada de un virus procedente de China, del que solo empezamos a ser conscientes de su trascendencia en marzo de 2020, cuando se declaró el estado de alarma en España, lo que radicalmente trastocaría nuestras vidas, y que nos hará recordar la campaña vitícola 2019-2020 como la de la Covid-19.  Desde entonces, nuestras costumbres, relaciones sociales y familiares, economía, salud, trabajo, ocio, viajes, … todo ha quedado embargado a merced de la evolución de la pandemia.

 

Comenzó la campaña con un noviembre muy lluvioso y frío, el más lluvioso de los últimos 50 años. Todo lo contrario de un invierno, que apenas se mostró como tal, resultando seco y con temperaturas elevadas.

 

El invierno cálido y las lluvias de la segunda semana de marzo favorecieron el despertar de la viña que se adelantaba unos 15 o 20 días sobre un año normal.  A partir del 15 de marzo el tiempo experimentó un giro radical, durante unos días descendieron las temperaturas y se produjeron precipitaciones de lluvia y nieve; la viña se paralizó y se acercó en cuanto a su estado fenológico a fechas normales. Parecía que la vid, como lo hacíamos todos los españoles, se replegaba temerosa de lo que más tarde vendría. Con España, y el mundo prácticamente paralizado, reduciendo paulatinamente el movimiento y actividad, las perspectivas no eran buenas, eso sin saber lo que vendría después. A la incertidumbre sanitaria se va uniendo la económica.

 

En abril continuaron las lluvias,  eso sí, con temperaturas muy cálidas y solo algún día de frío puntual a principios y finales de mes; afortunadamente, sin descender el termómetro por debajo de cero grados.

 

Durante el mes de mayo y principios de junio las tormentas se repitieron de forma continua, dejando precipitaciones abundantes en forma de agua, e incluso granizo por San Isidro. Los daños más acusados se producen en la zona más occidental de Rioja Alta y Rioja Alavesa.

 

Durante la primavera las lluvias fueron tan abundantes que doblaron prácticamente las cifras habituales, con temperaturas  que continuaban anormalmente altas. Las reiteradas tormentas primaverales con alta disponibilidad de agua y el calor favorecieron el rápido crecimiento de los brotes de la viña, anunciando, ya a primeros de mayo, un año complicado en cuanto a enfermedades fúngicas.

 

Mientras la mayoría de españoles permanecíamos recluidos en nuestras casas, con las curvas de la pandemia en pleno ascenso y el sistema sanitario prácticamente colapsado, los viticultores, sin dejar de ir un día al campo, vigilaban cada una de las cepas. Era necesario detectar cualquier brote de mildiu y mantener el cultivo protegido. Cuando el terreno lo permitía, en algunos casos sin agotar aún los plazos marcados por los fabricantes de fitosanitarios, se entraba a tratar.

 

El mes de junio comienza en la misma línea que mayo, con atmósfera agitada, temperaturas muy elevadas  y tormentas con mucha agua, condiciones ideales para el desarrollo de mildiu y dificultades para realizar los tratamientos debido al permanente encharcamiento del terreno. Ya a primeros de junio se habían realizado, como media, tres tratamientos contra mildiu. Estábamos ante la embestida de esta enfermedad más precoz y virulenta en muchos años. Por esas fechas la alarma surge entre los viticultores: en Rioja Alta y Rioja Alavesa los daños en algunas parcelas son significativos. Por si fuera poco, el oídio amenazaba y obligaba también a extremar la vigilancia y cuidados.

 

La viña inició su floración con prontitud, a primeros de junio, coincidiendo la fase de peligro y afectación del racimo por el mildiu con la floración y el cuajado. El 16 de junio una fuerte tormenta de granizo sacude Rioja Alta y Rioja Alavesa. Localidades de La Rioja como Briñas, Haro, Galbárruli o Sajarraza y las Alavesas de Navaridas, Villabuena, Samaniego o Leza, y también en Labastida, deja miles de hectáreas tocadas en mayor o menor medida. No sería la única tromba de agua, alguna acompañada de pedrisco, que ocurriera en junio.

 

Precisamente en los momentos que los rumores de precios de la uva, motivados por la paralización de las ventas, se hacían más consistentes, el gasto se multiplicaba, llevando a la zozobra y el desánimo al viticultor. Algunas viñas dañadas por el pedrisco y cubiertas con el seguro se dan por perdidas. No compensa invertir más en parcelas cuya eventual indemnización superará la inversión precisa para poder sacar adelante una cosecha minimizada por la piedra.

 

Por fortuna el tiempo da un respiro durante la floración y primeros días de cuajado. Con días frescos y lluvias más intercaladas se aprovecha para entrar a las fincas y tratar, con lo que se detiene temporalmente el avance del mildiu. Los daños en racimos por el hongo a esta fecha son ya considerables. Las turbulentas condiciones durante la fase de floración-cuajado provocan corrimiento del fruto, afectando negativamente al número de granos viables y, a posteriori, al rendimiento.

 

A partir del cuajado la meteorología, prácticamente “tropical”, calor, agua abundante e incluso piedra, propicia las condiciones perfectas para el desarrollo del mildiu. Los viticultores tratan sin descanso, con intervalos entre aplicaciones de incluso menos de una semana y con productos caros y muy específicos; además se realizan, con más intensidad que nunca, labores culturales para despejar de hojas, permitir la aireación y la recepción de fitosanitarios al racimo.  Los viñedos ecológicos, que no disponen del arsenal fitosanitario de la viticultura convencional, son con diferencia los más afectados.

 

El envero llega a finales de julio, con una antelación de una semana a diez días respecto a lo que viene siendo habitual, en ese momento tanto el mildiu como el oídio se pueden dar por controlados. Se pueden ya a esa fecha contabilizar las mermas de uva por los pedriscos y el mildiu y la consiguiente reducción de rendimiento económico del cultivo.

 

Durante la última semana de julio y primera quincena de agosto se producen de nuevo frecuentes episodios de tormentas, acompañadas con jornadas de calor extremo que dejan lluvia, irregularmente repartida, e incluso pedriscos puntuales.

 

Finaliza agosto y comienza septiembre con temperaturas diurnas en valores normales de final del verano, con algunas jornadas frías para la época. Las noches frescas, el contraste de temperaturas entre el día y la noche, la disponibilidad suficiente de agua y la elevada iluminación, en el periodo considerado, finalización del envero, permitieron que la evolución de los compuestos fenólicos fuera muy favorable, ralentizando el fenómeno madurativo y favoreciendo además la uniformidad entre viñedos.

 

Durante las fechas previas a la vendimia el tiempo acompaña: noches frescas y días luminosos, sin exceso de temperatura, facilitan que el proceso madurativo culmine de una forma óptima sin indicios de botrytis. Únicamente a partir de mediados de septiembre, varios días con chubascos postergan la inmediata vendimia. Son unos días de nerviosismo, más cuando las lluvias van acompañadas de piedra, como así ocurre el 18 de septiembre en Fonzaleche, Haro, Sajarraza, Galbárruli y localidades cercanas.

 

Afortunadamente este episodio meteorológico es transitorio. Por San Mateo se generaliza la vendimia en toda Rioja. A partir de entonces sin mayores reveses, salvo los derivados de la pandemia que obliga a una intensificación de las medidas higiénico-sanitarias para evitar la propagación de la covid-19. Precisamente para evitar este riesgo entre los temporeros se ha visto este año una mayor presencia de vendimiadoras mecánicas.

Todo el mundo coincide en que, en general, la uva se recoge con una sanidad extraordinaria. Como efectos colaterales del corrimiento y del mildiu los rendimientos son moderados, los granos sueltos y los racimos alargados, todos ellos positivos en cuanto a calidad. Una vendimia, la de 2020, que resultó rápida: fueron menos de dos meses, desde que en Aldeanueva de Ebro, el 17 de agosto, se empezaron a cortar los racimos de tempranillo blanco, a primeros de septiembre los de tinto, quince días más tarde se generalizara la recolección en Rioja Alta y Rioja Alavesa, para “El Pilar” darse por finalizada.

 

Campaña, la de la Covid-19, que si bien los insectos no han causado excesivos problemas, apenas algunos ataques de trips, mosquito verde y polilla, las enfermedades fúngicas, el mildiu concretamente, han conducido al viñedo a una situación que no tiene precedentes cercanos, complicando un año ya especialmente difícil por la pandemia y sus derivaciones y ha obligado a los viticultores a un tesón extraordinario, con su consiguiente gasto, en su lucha por mantener el cultivo sano.

 

En lo que se refiere a rendimientos, los números del Consejo Regulador, en su cierre de campaña, dan  para Rioja cifras que superan ligeramente los 400 millones de kilos de uva. Un poco por encima a las de la anterior cosecha 2019, que fue corta, y ajustadas a los rendimientos máximos amparables para esta campaña, incluido el stock cualitativo. Las normas de campaña (como precedente histórico) han permitido en 2020 únicamente la entrada en bodega de un rendimiento equivalente de solo el 90% del establecido por las normas de la Denominación, 5.850 kilogramos por hectárea para  variedades tintas y 8.100 para las blancas, con un stock de hasta el 10%. Cantidades a las que los viticultores de Rioja Oriental han llegado sobradamente pero que han alcanzado con algunas dificultades muchos  viticultores de Rioja Alta y Alavesa, donde la concurrencia de pedrisco, mildiu y corrimiento no ha dado tregua.

 

En pleno proceso de elaboración, los mostos, y los primeros vinos, registran parámetros analíticos (grado, pH, color, taninos, etc.) gratificantes. La generalidad de las muestras catadas, especialmente los de vendimia más temprana, muestran cualidades muy interesantes, tanto en nariz como en boca;  la fruta se manifiesta ampliamente  y el equilibrio entre los distintos atributos auguran una cosecha 2020 de gran calidad, lo mismo en tintos que en blancos.

 

Una vuelta en el calendario y muchas cosas que han cambiado durante solo este ciclo más de la viña. Tanto, que la cosecha 2019-2020 se situara como un hito en nuestras vidas. Un antes y un después a partir del cual  nos cuestionaremos desde la rentabilidad de la viticultura, pasando por la regulación, el modelo vitivinícola, hasta los canales de venta y distribución del vino.

 

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Sobre el autor

Ingeniero Agrónomo y enólogo. He trabajado en la empresa privada en ámbitos muy variados de la ingeniería. Actualmente en la Administración, en el sector del vino, con el que me siento absolutamente comprometido. Escribo sobre viticultura y enología y, de paso, sobre lo que tercia…Autor del libro “Talking about wine: Rioja”, primer libro monográfico sobre Rioja escrito en inglés.


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