El entorno como elemento de calidad del viñedo. Por el mantenimiento de los ecosistemas originales de la vid.
La diversidad de la vegetación próxima al viñedo influye en la calidad del vino resultante.
Coincidía días atrás con Basilio Izquierdo, que para aquel que no sepa de quién hablo, es uno de los grandes enólogos nacionales que, con más de medio siglo en el oficio, ha contribuido de manera significativa a situar los vinos de Rioja en lugar destacado en el panorama mundial. Director técnico de bodegas CVNE hasta hace unos años, ahora, ajeno a los requerimientos de una gran bodega, lleva a cabo un proyecto personal mediante el cual elabora varios vinos, unos tranquilos, otros espumosos, que los que hemos tenido la oportunidad de catarlos, estamos absolutamente asombrados. Conversaba esa mañana, y compartía con Basilio, sobre cuales eran los factores determinantes de la calidad de la uva. Aparte de la consabida edad del viñedo, suelo o clima, subrayaba, (de forma pausada, amable, como él acostumbra a expresarse, con la seguridad que avala la experiencia), la poca atención que se presta al entorno próximo al viñedo. Entendiendo por el entorno, la vegetación próxima que crece en la misma viña y en sus cercanías: ribazos, lindes, bosquetes e isletas dentro de la parcela, en los roquedos y taludes. Esos “recovecos”, que por su pendiente, accidentalidad o escasez de tierra arable no se han labrado nunca, donde ni siquiera el sufrido cultivo de viñedo ha podido establecerse, cumplen cometidos ecológicos y agrícolas esenciales; entre ellos los de defensa contra la erosión, al proteger y sostener el terreno, división de propiedades, barrera de seguridad para la realización de labores con la maquinaria, o antaño con los animales de tiro, refugio de fauna y flora local. Estos recodos, joyas naturales, generan unas condiciones ambientales, e incluso un microclima, muy beneficioso para la producción de las cepas que crecen en las proximidades. Según Basilio, este entorno, hasta hace poco inherente al viñedo riojano, da como fruto en la elaboración de los viñedos asociados a él, vinos con estructuras particularmente complejas, más finos y delicados, con óptima expresión cualitativa.
Ya hemos alertado repetidamente en estas mismas páginas, que como consecuencia de la baja rentabilidad de los viñedos tradicionales, en los últimos años se esta produciendo una progresiva reducción de estos viñedos singulares, la mayoría mediante reestructuración de los mismos. Las labores que han acompañado a esta adaptación de las estructuras agrícolas a otras más competitivas, han permitido una mejora de la eficiencia en las tareas de cultivo, facilitando el trabajo del viticultor de forma extraordinaria, sin embargo ha supuesto un alto coste ecológico. A partir del año 2.000, año en el que se aprobó el esquema europeo de ayudas a la reestructuración y reconversión del viñedo, se han ejecutado miles de actuaciones, de las contempladas en esta línea en las tres regiones que forman parte de la DOCa Rioja, y también en el resto de España, y Europa. La intervención más común, aquí al menos, ha sido la de arranque de viña vieja y preparación del terreno para plantación posterior en espaldera. El dinero procedente de Europa ha incentivado la acometida de proyectos, algunos colosales, con movimientos de tierras, creación de escolleras artificiales, inversión de perfiles del terreno, cambios de los cursos de agua, eliminación de pendientes por nivelación y otras tareas, más propias de colosales obras civiles, que de la simple adecuación de un terreno para el cultivo agrícola. El resultado, ligado a ingentes inversiones de muy dudosa amortización, ha dado lugar a parcelas de mayor tamaño, prácticamente llanas, con desmontes y terraplenes artificiales, geometrías y topografías que en muchos casos nada tienen que ver con las originarias.
Es verdad que estamos en un sector muy competitivo y que es fundamental todo cuanto se haga para facilitar los trabajos del día a día del agricultor, mejorar la eficacia y los rendimientos, pero si queremos ser diferentes de otras áreas en las que el viñedo ha entrado a saco en los últimos años, con la intención de invadir los mercados mundiales a bajo coste, es preciso mantener las distancias mediante una agricultura respetuosa con el medio y que aporte algún valor añadido.
Otros muchos colegas de la profesión como J.Carlos Sancha, Enrique Gª Escudero, Juan B. Chávarri o Fernando Martínez de Toda, por citar algunos, son investigadores especialmente interesados en la preservación y recuperación de variedades minoritarias. A ellos, les he escuchado resaltar muchas veces el interés de mantener la “foto fija” de lo que tradicionalmente ha sido Rioja, tanto por la excepcionalidad de los vinos procedentes de estos viñedos, con cepas y entornos cada uno singulares, como por el papel ecológico que desempeñan.
La influencia que la vegetación próxima a la cepa tiene en el mosto, y en consecuencia en los vinos, he tenido la oportunidad de verificarla yo mismo fehacientemente. Me remitiré a una cata en la que se comparaban los vinos producidos en las distintas parcelas de un ensayo, con diferentes cubiertas vegetales en las calles de cultivo. Constatábamos entonces de forma unánime en el análisis sensorial, como la vegetación de las calles próximas, daba lugar a diferentes aromas a los vinos. Trasladando esto a una pequeña parcela, imaginen la complejidad de aromas que se pueden generar en un viñedo rodeado de plantas como el tomillo, retama, lavanda, romero, espino, hinojo, cola de caballo, manzanilla,…y árboles como olivos, almendros, robles, encinas, carrascos, pinos,…
El mediático y reconocido naturalista Joaquín Araujo, destacaba no hace mucho en Laguardia, el interés medioambiental de la agricultura que propugna “el paisaje del obstáculo”, en contraposición de la ausente de barreras.
La belleza de la asimetría, de la accidentalidad, el cromatismo de cada cepa, de cada matorral o árbol, en cualquier época del año, contrasta con la rutina de la homogeneidad de color y forma de las fincas plantadas en líneas perfectas de longitud infinita, con variedades, patrones y clones similares. Y es que, aparte de las características que en la calidad de la uva imprimen estos viñedos singulares, que encontramos en la denominación, lo mismo en Rioja Alta, en Rioja Baja, que en la Alavesa, forman parte de un particular y precioso mosaico paisajístico en el que las vides conviven con otros cultivos como olivos, almendros y cereal, con zonas de pastizales, monte bajo y matorral, en parcelas con diferentes geometrías y en el que la ausencia de simetría y aparente desorden lo hace particularmente bello.
Por otra parte, no es en absoluto desdeñable la función que este conjunto de cultivos y llecos tiene para la conservación de la biodiversidad tanto botánica como faunística. Pájaros como gorriones, carboneros, jilgueros, perdices, codornices, abejarucos, becadas, cárabos, pinzones, petirrojos, arrendajos…. o mamíferos como conejos, liebres, zorros, lagartos, tejones, corzos, culebras,… pueden verse cuando uno pasea por estos enclaves de biología tan variada.
Es por todo ello por lo que es necesario un esfuerzo, lo mismo particular, que por parte de las Administraciones, para proteger estos viñedos y los valores asociados a ellos, fomentando si cabe las plantaciones de esta naturaleza, que aunque sabemos que son a menudo ajenas a la filosofía imperante de máximos rendimientos, y puedan parecer anacrónicas, seguro no nos arrepentiremos de haber contribuido a su preservación.