Dos de los dos literatos más renombrados del siglo XIX español saciaron su «ardor guerrero» durante la I Guerra Carlista (1833-1840). Uno fue Ángel de Saavedra, duque de Rivas, que ejerció como ministro de la Gobernación en 1836, poco después de estrenarse su obra más conocida, ‘Don Álvaro o la fuerza del sino’. El otro respondía al nombre de Serafín Estébanez Calderón, pero era más conocido como ‘El Solitario’, quien –también por aquella época– fue designado gobernador civil de la provincia de Logroño. Así lo describe Antonio Cánovas del Castillo, sobrino de Estébanez, en su obra ‘El Solitario y su tiempo’: «Quiso sin duda el general Córdova –Luis Fernández de Córdova– tener en Logroño, ciudad de tanta importancia militar y política durante la guerra, un hombre, mitad soldado, mitad jurista y administrador, que mereciese además confianza; y en diciembre de 1835 (hasta verano de 1836) obtuvo del gobierno que confiriera en comisión aquella difícil jefatura política á Estébanez».
Cánovas, que sería junto al riojano Sagasta eje de la Restauración, reunió en el ensayo numerosos escritos que su tío escribió sobre la primera contienda fratricida que sufrió España. «Hallábase el 4 de febrero de 1836 en Briones, villa situada sobre una colina, á la derecha del Ebro, con propósito de restablecer la interrumpida y necesaria comunicación entre ambas orillas, y desde allí participó al general en jefe lo que sigue: «Creyendo llegar tarde, si había de saltar de los primeros al lado opuesto del Ebro, salí hoy de Logroño para este punto con un temporal furioso de ventisca y nieve. He llegado, y veo que la operación no será tan expeditiva como yo pensé. El Ebro ha doblado su caudal de dos días á esta parte, y más bien ha de subir que no menguar con el depósito de nieve que hay en todas las montañas, que han de deshelarse prontamente según la estación. Así los vados, que en lo más bajo llevarán tres y media varas de agua, no ofrecen posibilidad por ahora de permitir asentar los caballetes. Tampoco hay tablas ni en este punto ni en derredor, y de por fuerza habrían de traerse no sé de dónde, pues el tramo de puente que se ha traído dista mucho de los cien pies largos que abraza el Ebro». Y termina diciendo Cánovas sobre ‘El Solitario’: «¿No parece, en verdad, que quien habla es uno de los caudillos del Ejército?».
Pero no contento con sus hazañas militares, Estébanez tuvo tiempo para instalar la Sociedad de Amigos del País en Logroño con una conferencia pronunciada el 24 de julio de 1836 en la que apostaba por la ciencia y la literatura «ofrecen la gran ventaja de presentar puntos de contacto a opiniones y personas divididas por rencores políticos».
Amigo y mentor de Zurbano
Uno de los pilares en los que Estébanez se apoyó durante la I Guerra Carlista fue en el militar logroñés Martín Zurbano. Así lo recordaba en sus memorias: «Al punto de la catástrofe oficié á Martín (Zurbano) para que no se moviese de La Bastida. Este oficio llegó á tiempo, y produjo su efecto» y semanas después escribió: «Mañana, al ir á Haro, visitaré el convento que ocupa la gente de Zurbano, para tratar de aspillerarlo y ponerlo en el caso de resistir un golpe de mano». La amistad entre ambos duró hasta que el teniente general de Varea fue fusilado en el convento de Valbuena (1845) y la relación epistolar que se conserva es extensa. Cuando Espartero se exilió en Londres y Zurbano fue encarcelado en Oporto, el militar riojano pidió a ‘El Solitario’ que usara su influencia sobre Narváez, lo que repitió meses después cuando, ya en España, fue apartado y ninguneado por el Gobierno.