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Marcelino Izquierdo

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Puñalada al Hospital de la Princesa

 

En agradecimiento por haber salvado la vida, tras el frustado intento de asesinato por parte de Martín Merino, la reina Isabel II dirigía cuatro días más tarde una carta al presidente del Gobierno, Juan Bravo Murillo, en la que expresaba su deseo “de que se construya un Hospital al que se daría el nombre de “Princesa”, en honor a su hija y en acción de gracias por haber salido ambas ilesas”. De esta manera nació el Hospital de La Princesa, cuyos trabajadores se encuentran ahora mismo en pie de guerra a fin de evitar que sea convertido en un centro especializado en patologías de personas mayores, como ha anunciado el presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid, o, simplemente, desmantelado como centro de referencia.

De esta manera expresaba la reina Isabel II su determinación de levantar el mencionado hospital: “Deseando conservar la memoria del feliz natalicio de mi amada hija la Princesa de Asturias y de mi primera presentación a mi pueblo, después de las bondades que Dios  me ha dispensado en estos días (…) se procederá desde luego a edificar en el punto que se juzgue más a propósito en Madrid , o sus afueras, un hospital que llevará la denominación de Hospital de la Princesa”. Y así, meses después del atentado, el 16 de octubre de 1852, la Isabel II puso la primera piedra del futuro Hospital, que se construyó en el Paseo de Areneros, hoy calle Alberto Aguilera, y quefue inaugurado oficialmente el 24 de Abril de 1857.

 

El 2 de febrero de 1852, el sacerdote riojano Martín Merino acudió a la iglesia de Atocha con un puñal oculto bajo el hábito talar. La reina Isabel II había oído a misa por primera vez tras alumbrar a su la infanta Isabel de Borbón, conocida popularmente como ‘La Chata’, y dar gracias por tan venturoso parto, pues sus dos anteriores hijos habían muerto. Fue al salir del oficio cuando Merino, uno más de los clérigos que pululaban por el lugar, se inclinó ante ella como si fuera a entregarle algún documento. Por sorpresa, el cura lanzó a la reina una puñalada que bien pareciera mortal de necesidad y sólo la actuación de la comitiva real impidió que el agresor le asestara otra cuchillada. La reina cayó de espaldas, al tiempo que el coronel de alabarderos Manuel de Mencos se hacía cargo de la princesa recién nacida con el fin de protegerla. Este gesto le valió a Mencos recibir el título de marqués del Amparo, que le fue concedido el 2 de septiembre de ese mismo año. El gesto instintivo de protegerse con el brazo y las consistentes ballenas que armaban el corsé de Isabel II amortiguaron la puñalada y dejaron en herida leve un golpe que pudo ser más grave. El cura Merino fue detenido de inmediato, juzgado de forma sumaria y condenado a muerte.

Cinco días después del ataque, Martín Merino sufrió la pena capital: murió ajusticiado a garrote vil, su cadáver fue quemado y aventadas las cenizas. En realidad, y aunque para su incineración se esgrimieron razones más cercanas a la superchería que a la jurisprudencia, la verdad -como casi siempre- era más simple. «Para evitar que nadie sustrajera ninguna parte del cadáver con el pretexto de estudio y para que no quedase recuerdo alguno del regicida se dispuso en Consejo de Ministros que Martín Merino fuese quemado en una pira funeraria en el mismo cementerio junto a la fosa común y sus cenizas fueran dispersadas en ésta», explica el profesor Reverte Coma. Los avances científicos registrados en Europa y, sobre todo en la vecina Francia, donde habían sido analizados por equipos científicos multidisciplinares los cráneos de famosos asesinos y malhechores, abrieron el debate médico en España sobre la necesidad de inspeccionar los restos del regicida.

Martín Merino y Gómez había nacido en Arnedo en el año 1789. De niño ingresó en la orden franciscana, en Santo Dopmingo de la Calzada, hábitos que abandonó en 1808 para participar en la Guerra de la Independencia contra la invasión de las tropas de Napoleón Bonaparte. Tras la contienda, retomó los hábitos y llegó a ser ordenado sacerdote. Ofició como tal en España y en Francia -donde se exilió por sus ideas liberales-, hasta que, ya en Madrid, comenzó a tramar el atentado fallido contra la hija de Fernando VII.

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