Uno de los objetivos de la sexta edición de ‘La Rioja Tierra Abierta’, que acoge la ciudad de Haro hasta el 13 de octubre, no es otro que el de rescatar del olvido la vida y la obra de uno de los pintores riojanos –jarrero por más señas– más destacados del siglo XIX: Enrique Paternina García-Cid. Pese a su amplia producción y, sobre todo, a la influencia que tuvo en artistas de renombre mundial como Sorolla, Zuloaga y Picasso, hoy en día Paternina no está incluido ni en la relación de jarreros ilustres que la página sobre la ciudad riojalteña tiene colgada en Internet Wikipedia, y eso que es bastante extensa.
Aunque desde hace décadas se apuntaba que una obra de Paternina, ‘La visita de la madre’, inspiró el cuadro de Pablo Picasso ‘Ciencia y caridad’, recientes estudios del Museo Picasso de Barcelona corroboran la tesis.
El Torreón Medieval de Haro acoge una exposición sobre Paternina que está dividida en dos partes: la primera, entre marzo y junio, incluye la primera etapa del artista, la más realista, mientras que durante el siguiente trimestre, de junio a octubre, se centrará en la influencia de las vanguardias. El consejero de Educación y Cultura de La Rioja, el también jarrero Gonzalo Capellán, asegura que el legado pictórico de Enrique Paternina es «uno de los tesoros culturales menos conocidos de Haro», pintor al que se pretende hacer «dialogar con los pintores con los que conversó en vida» en la segunda parte de la exposición. Para ello, además de reunir la mayor parte de la obra de Paternina, también contará con cuadros de otros pintores coetáneos como Sorolla o Zuloaga.
La Fundación Hogar Madre de Dios de Haro, depositaria de la mayor parte de la obra, colabora en la muestra del Torreón Medieval, lo que permite que la mayor parte de la obra pictórica de Enrique Paternina salga por primera vez para ser contemplada por el público. De hecho, Fundación Caja Rioja ha realizado una fuerte inversión para restaurar muchos de los cuadros que ahora lucen en ‘La Rioja Tierra Abierta’.
Enrique Paternina García-Cid nació en Haro (1866) en el seno de una familia adinerada, no por parte de su primer apellido –aunque era primo del bodeguero Federico Paternina–, sino de la rama materna García-Cid, que poseía enormes terrenos en la comarca.
Haro, Orduña, Madrid
Paternina cursó los estudios primarios en su ciudad, aunque desde muy niño su familia le envió al colegio de segunda enseñanza de Orduña. Pronto destacó con el lápiz y el pincel, y a los 15 años ganó el primer premio de dibujo de figura en la localidad vizcaína. Su carrera estaba encaminada. Apenas cumplidos los 19, Enrique se trasladó a Madrid para ingresar en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, donde estudió dos años. Allí conoció a un paisano suyo, Baldomero Sáenz –un interesante pintor que murió de forma trágica y prematura–, con el que viajó a Italia en el verano de 1887, acompañado también por el artista aragonés Mariano Barbasán.
«Mientras Paternina y Sáez tenían posibles para costearse el viaje, Barbasán estaba becado por la Diputación de Zaragoza, que era la forma en la que los jóvenes talentos españoles visitaban Roma para formarse», explica el profesor riojano Jorge Dóniga, que forma parte del comité científico que ha preparado la exposición.
Tras recorrer el país transalpino junto a su compañero Baldomero Sáenz, Paternina se instaló en Roma y formó parte de la Asociación Artística Internacional de Roma, (1888). Allí pintó su obra más célebre, ‘La visita de la madre’, óleo con el que obtuvo las segundas medallas de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1892, de la Exposición Artística de Bilbao de ese mismo año, así como de la III Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas de Barcelona de 1896.
‘Ciencia y caridad’, de Picasso
Y fue en la Ciudad Condal donde el joven Pablo Picasso conoció el cuadro de Paternina. De hecho, el genio malagueño se inspiró en ‘La visita de la madre’ cuando realizó el cuadro ‘Ciencia y caridad’ (1897), obra esencial en su período formativo, según la tesis defendida en una exposición de investigación que llevó a cabo el Museo Picasso de Barcelona en noviembre del 2010. José Ruiz, padre del pintor malagueño, propuso el tema a su hijo y llegó a posar como modelo para el doctor de ‘Ciencia y caridad’.
Malén Gual, conservadora del Museo Picasso, califica la obra de esencial en la etapa de formación del pintor andaluz, influido por «el realismo social predominante en los medios más conservadores de la segunda mitad del siglo XIX y que sigue la tradición de las obras presentadas en las exposiciones de bellas artes de la última década del siglo». A medida que Picasso fue madurando, se alejó de aquel realismo social y emprendió la carrera artítica que todos conocemos.
Pero volvamos con Paternina. Tras el éxito de ‘La visita de la madre’, el jarrero su regreso a España –donde recibió el título de caballero de la Orden de Ca rlos III– y vivió entre Sevilla, Haro, Bilbao, pintando y cuidando su hacienda, esto último cuando no le quedaba más remedio. Fue su etapa más costumbristas, con obras como ‘Las cigarreras’.
Viaje a París
«Uno de los viajes que más influyó en Paternina fue el que realizó a París –argumenta Dóniga–, donde se convenció todavía más de la belleza y de las posibilidades pictóricas del paisaje. Los últimos años de su vida transcurrieron en su ciudad natal, donde descendió su ritmo de trabajo como pintor, al tiempo que tuvo que dedicar más tiempo a gestionar sus tierras y sus acciones.
Entrevista con Jorge Dóniga,
experto en Paternina
‘La obra de Enrique Paternina (1860-1917) en la colección de la Fundación Hogar Madre de Dios de Haro (La Rioja)’ es el título de tesina –embrión de la futura tesis doctoral– que el profesor de Historia del Arte Jorge Dóniga leyó el pasado septiembre en la Universidad de La Rioja.
– ¿Quién era Paternina?
– Era un terrateniente, un ‘bon vivant’ que se dedicó en cuerpo y alma a la pintura y halló un hueco en mundo el arte.
– ¿Cómo lo definiría?
– Atravesó diferentes etapas. Una primera de realismo social en la que pintó su obra maestra, ‘La visita de la madre’; más tarde se adentró en el costumbrismo, influido por la pintura sevillana, y, finalmente, tras su viaje a París, se centró más en el paisajismo.
– Pero además de pintar, Paternina fue un hombre que marcó tendencia, ¿no?
– Como pintor fue bueno, aunque un escalón por debajo de otros colegas de su época de la talla de Sorolla, Zuloaga y ya no digamos de Pablo Picasso. Sin embargo, su obra y su particular punto de vista sí que influyó en todos ellos de una forma u otra. Paternina era un hombre muy inquieto, que le gustaba estar a la última, y con una visión muy adelantada a su tiempo. Ese es su gran valor, además de algunos cuadros de excelente nivel.
– ¿Por qué don Enrique no ha sido profeta en su tierra?
–Es complicado. Él no vendió nada de su obra, pues hubiera estado mal visto en un terrateniente. Excepto algunos cuadros que regaló o que intercambió con otros pintores, la mayoría de su producción se encuentra en la Fundación Hogar, y no es fácil de ver. Por eso la exposición que se celebrará en el Torreón Medieval será una ocasión única. Además, en los últimos años de su vida tuvo que dedicarse más a su hacienda que a la pintura.
– ¿Y eso…?
– Posiblemente porque la filoxera mermó el valor de sus terrenos y se vio obligado a ir vendiendo fincas para poder seguir manteniendo su nivel de vida.
– ¿Cómo fue su vida privada?
– Viajó constantemente. Además de a Italia o a Francia, Paternina estuvo a caballo entre Sevilla, Bilbao, Haro… Nunca se casó, aunque mantuvo una relación sentimental con la hija del chatarrero de Haro, una mujer muy bella.
«Los pobres morían en el hospital; los ricos, en casa»
El periodista extremeño Juan Domingo Fernández, experto en el realismo social de Paternina, afirma sobre ‘La visita de la madre’ –que se exhibe en el Museo de Bellas Artes de Badajoz– que «la escena se desarrolla en un hospital de beneficencia atendido por monjas de la Caridad, con un ambiente de tristeza y melancolía y el dramatismo que envuelve a la enfermedad y que acarrea la pobreza. Las ropas en tonos pardos de una familia modesta contrastan con el azul del hábito de la monja y con la atmósfera grisácea del hospital. En el siglo XIX los hospitales eran lugares de elevada mortalidad donde sólo ingresaba la gente sin recursos, mientras que los nobles y los burgueses morían en casa, porque tenían sus propios médicos». Ahora, y hasta finales de junio, esta obra maestra puede contemplarse en el Torreón Medieval de Haro.