Se cumplen en este 2012 los 440 años del nacimiento de Fernando Albia de Castro, considerado el primer historiador que desenterró el pasado de Logroño y cuya obra de referencia lleva por título ‘Memorial y discurso político por la muy noble, y muy leal ciudad de Logroño’ (1633). Las últimas décadas del siglo XVI y las primeras del XVII, durante las que transcurrió la vida de Albia (Alvia firmaba él), supusieron para la ciudad un periodo de cierto esplendor en todos los sentidos, gracias a la pujanza de nobles e hidalgos, al Camino de Santiago, a la imprenta, al favor de la Casa de Austria o a la Diócesis de Calahorra y su Tribunal del Santo Oficio.
Nacido en la capital de La Rioja, Fernando Albia de Castro fue bautizado en la parroquia de Santiago el Real el 25 de agosto de 1572. Era el segundo hijo de Andrés de Albia, un alto funcionario del rey Felipe II de origen vasco, que contrajo matrimonio en Logroño con Isabel de Castro. De aquel enlace nacieron tres hijos: Jerónima, Hernando o Fernando y Andrés. Siendo todavía un niño, el futuro historiador marchó a la ciudad universitaria de Salamanca para cursar estudios superiores, lo que sin duda consiguió con aplicación y aprovechamiento. De hecho, en el año 1616 Albia desempeñaba en Lisboa –por aquel entonces territorio español– los cargos de veedor general de la Real Armada y Ejército del Mar Océano y de la gente de guerra y galeras del Reino de Portugal, al tiempo que publicaba la obra ‘Verdadera Razón de Estado. Discurso Político’.
Y es que fue en la capital lusa donde transcurrió gran parte de la vida y del oficio de Albia de Castro, dedicados –al igual que su padre– a la intendencia militar, precisamente en una época en la que la Marina patria afrontaba la competencia de otras naciones que buscaban en las Américas las riquezas que habían hecho de España el gran imperio de la época.
Vínculado a La Rioja
Sin embargo, nunca perdió el escritor riojano el vínculo con su tierra. Cuenta el historiador José Simón Díaz, que prologó el facsímil que sobre el ‘Memorial…’ de Logroño se publicó en dos ocasiones a lo largo del siglo XX, que a Albia de Castro «el empleo también le deparaba ocasión de dar salida a determinados productos del campo riojano y en el Archivo Municipal logroñés se conserva un legajo de cartas, puramente comerciales, que acreditan cómo en los almacenes del buen veedor nunca escaseaba el pimentón ni otros artículos de su tierra». También escribió Albia de Castro, entre otras obras, ‘Aphorismos e Exemplos Politicos e Militares’ (1621), ‘Panegirico genealogico y moral del Excelentmo. Duque de Barcelos’ (1628) y, estando en tierras portuguesas, el ya mencionado ‘Memorial y discurso político por la muy noble, y muy leal ciudad de Logroño’.En la introducción, el propio autor justificaba el libro: «…por hijo de V.S. y la obligación, que cada uno tiene, según dice Platón, de servir a su patria, naciendo más para ella, que para su bien particular, recoger en este Memorial…».
Pese a ver la luz en 1633, el volumen de Albia tardó casi tres años en ser presentado de manera oficial en la ciudad natal del autor. Fue el día 14 de enero de 1636, según consta en el Libro de actas de 1634-1636, que se conserva en el Archivo Municipal de Logroño: «Estte dia entró en este aiuntam[iento] el Sr. D. Andrés de Albia canonigo de santiago y en n[ombre] del S. don fer[nando] de albia su her[mano] caballero del abíto de … [en blanco en el original] dio una carta y con ella un libro de quartilla con las armas de la ciu[ dad] dorado y otro 100 de impression q[ue] contienen las grandes bittorias desta ciu[dad] contra el ejerçito de françesses y su grau lealtad, noble\:a y antiguedad y otras cossas curiosas y memorables de q[ue] se le dieron las gracias y se mando dar rresp[uesta] a la carta y q[ue] por mano de los Señores don fran[cisco] barrón y [francisco de] laredo se entregue al Sr. don Andres y q[ue] el libro se ponga en el archivo y los demas de impress[ion] se rrepartan entre los caballeros rregidores y cabildos y Personas lustrosas de la çiu[dad]». Ante la ausencia de nuevas monografías históricas sobre Logroño, dos siglos después hubo de reimprimirse el ‘Memorial’ (1843).
Un intelectual entre Tácito y Maquiavelo
Además de ‘Verdadera razón de Estado’ y el ‘Memorial…’ logroñés, Albia de Castro también escribió, al menos, las obras ‘Aphorismos y exemplos políticos y militares’ (1621), ‘Observaciones de Estado, y de Historia sobre la vida y servidos del Señor de Villeroy’ (1621), ‘Panegirico genealogico y moral del excelentmo. dvque de Barcelos’. (1628), y ‘Pedaços primeros de vn discvrso largo en las cosas de Alemania, España, Francia. En forma de Epitome’ (1635). Mantuvo Albia de Castro cordiales relaciones con su buen amigo y paisano Francisco López de Zárate, el ‘Caballero de la rosa’, famoso poeta y dramaturgo. El alto cargo logroñés fue un respetado pensador político, adscrito a la rama del tacitismo, un movimiento que había surgido en el Renacimiento con el historiador y político romano Cornelio Tácito como referente. El tacitismo aceptaba los postulados radicales de Maquiavelo –«el fin justifica los medios»–, si bien atemperándolos con la ineludible virtud moral que legitima la «verdadera razón de Estado».
Esplendor de la muy noble ciudad de Logroño en los siglos XVI y XVII
«En el siglo XVI la calle Portales era conocida como la Herbentia y convergía en su extremo este en la puerta Nueva de la muralla, junto a la casa que levantaron los Jiménez de Enciso (palacio de los Chapiteles). Además, en la concurrida vía se enclavaban algunas de las construcciones de mayor relevancia, como la Iglesia de Santa María de la Redonda. Junto a su cabecera terminó por instalarse la institución civil más importante, el ayuntamiento, al menos desde la segunda mitad de la centuria y, al oeste del edificio eclesiástico una gran plaza desde 1572, en la que se pretendieron celebrar festejos y desfiles militares, además del mercado, función ésta que terminó por prevalecer sobre las demás», así describe la doctora en Historia María Teresa Álvarez Clavijo cómo era el Portales de Logroño a finales del XVI.
La villa, que durante la Edad Media había crecido al amparo del Fuero de 1095 y aprovechando la inercia de la Ruta Jacobea, entró en el Renacimiento con el impulso de ser reconocida como ciudad. Fue el rey castellano Juan II quien le concedió el título en 1431, a los que añadió el 20 de julio de 1444 los de ‘Muy Noble y Muy Leal’. Poco a poco Logroño se consolidó como una importante plaza en el S. XVI, pese a que el poder eclesiástico mantenía Calahorra como bastión del norte peninsular. Los Reyes Católicos, unidas ya las tierras de Castilla y Aragón, visitaron Nájera y Logroño el mismo año que Colón descubrió América, mientras el emperador Carlos V juró los fueros de la ciudad en 1520.
El apoyo a Carlos V
Precisamente, el respaldo logroñés al joven monarca en la guerra de las comunidades y la victoria –tras sufrido asedio– ante las tropas franco-navarras comandadas por Asparrot se ganaron el corazón de la Casa de Austria. De hecho, Regresó Carlos V en 1523, de cuya época todavía se conserva la puerta del Revellín.
De otro lado, parte del poder que atesoraba la Diócesis de Calahorra fue trasladado a Logroño en 1570 a través del Tribunal de la Inquisición, desde donde dictaba la ley del Santo Oficio en lo que hoy serían País Vasco, Navarra y La Rioja. Cuarenta años después, el Auto de fe de Logroño (1610), que juzgó el caso e las brujas de Zugarramurdi, constituyó uno de los hitos en la España del siglo XVII.
Aunque las clases sociales logroñesas se mantenían ancladas en los estereotipos de nobleza, hidalguía, campesinado o artesanos, poco a poco fue surgiendo una pequeña burguesía incipiente, que se iría desarrollando en siglos posteriores.
La riqueza de las tierras riojanas, proveniente de la agricultura (vino, frutas, cereales, lana, carne…), pronto encontró en Logroño su enclave comercial y de servicios. La población creció gracias a la llegada de familias vascas, navarras y montañesas que buscaban en el Valle del Ebro empleos de futuro. Mancebos de comercio, colonos, mozos de casa, canteros, entalladores, sastres, oficiales, herreros y los más diversos aprendices aumentaron el censo de la ciudad, que ya en los siglos XVI y XVII era la más poblada de lo que hoy es la Comunidad Autónoma de La Rioja, con alrededor de 7.000 vecinos.
Entre el arte y la imprenta
Fue una época en la que no sólo la industria y el comercio se desarrollaron como nunca lo habían hecho hasta entonces, sino que, además, quedaron apuntalados otros oficios directamente vinculados con la cultura y el arte. Se trataba de imagineros y pintores –el más destacado fue el logroñés Juan Fernández de Navarrete ‘El Mudo’, pintor real de Felipe II– o escultores de la talla de los hermanos Guyot, Juan de Beogrant, Arnao de Bruselas, Juan de Lorena o Damián Forment.
La imprenta era otra de las señas de identidad logroñesa, desde que Arnao Guillén de Brocar instalara su taller en la actual plaza Martínez Zaporta. Hasta el siglo XIX fue la ciudad un referente de la edición tanto en España como Hispanoamérica, con impresores como Miguel de Eguía o Juan de Mongastón.
No es extraño, pues, que Albia de Castro viera el interés de que su ciudad, en evidente expansión, contara con un compendio histórico.
Las mujeres logroñesas del año 1572
Gracias al inventario de los dibujos realizados por Roger Gaignières –caballerizo del influyente duque Guisa–, han llegado hasta nuestros días los primeros grabados de las ‘diferentes’ mujeres logroñesas, tal y como eran en el año 1572. Estas y otras imágenes, que ahora conserva la Biblioteca Nacional de Francia, fueron recopiladas por el coleccionista Henri Bouchot, que las publicó ya a finales del siglo XIX en París (1891).