Un amigo de la prima carnal del estanquero en el que compra tabaco la señora que limpia mi portal le contó una historia increíble. Resulta que a su padre le habían detectado hace más de un año una dolencia cardiaca, que sólo podía subsanarse con una intervención quirúrgica. Como pasaban los meses y nadie llamaba, optó por insistirle al médico de cabecera, al especialista y hasta acudió el hospital público para «hacer presión». Pero ni por esas.
Por fin, un buen día le avisaron de que la operación de corazón tendría lugar en una clínica privada concertada. Y allá que fue el buen hombre, tras meses de angustiosa espera. A priori todo salió bien, por lo que el padre del amigo de la prima carnal del estanquero en el que compra tabaco la señora que limpia mi portal fue enviado a su domicilio una semana después. El hombre, sin embargo, no terminaba de estar bien, y decidió acudir al médico de cabecera. Desde el consultorio, el enfermo fue enviado a Urgencias, cuyos galenos ordenaron su hospitalización inmediata.
No supo explicarme mi interlocutora si el agravamiento fue causado por una complicación posoperatoria o si quizá influyó el hecho de que un paciente cardiaco, con casi ochenta años, fuera dado de alta en apenas siete días. Pero, como ni ella ni yo somos médicos, ambos convinimos en descartar la segunda hipótesis. El caso es que el padre del amigo de la prima carnal del estanquero en el que compra tabaco la señora que limpia mi portal ha estado cuatro semanas ingresado en la sanidad pública, dos de ellas en la UVI. Por suerte, ya está en casa.
Moraleja: Qué barata sale la sanidad privada, sobre todo cuando se paga con dinero público y por partida doble.