Pranbanam impresiona mucho, pero más si te lo imaginas con los 244 minitemplos que lo rodeaban y de los que ahora sólo quedan piedras amontonadas.
Es unos 50 años más joven que Borobudur pero se sabe muy poco de su historia. Estuvo abandonado durante años y en 1937 intentaron reconstruirlo y montar de nuevo los templos que lo rodeaban, pero no quedan piedras para todos.
Aún así, los ocho templos principales y lo 8 secundarios son suficientes para fascinar al visitante.
Cerca de Prambanam está el ‘Kraton’ o palacio de los sultanes de Yogya, en el que vive el actual sultan y otras 25.000 personas (sí, no me he equivocado). Es una ciudad amurallada con sus propios mercados, escuelas, tiendas… Es curioso y tienes espectáculos de música y marionetas, pero si vas con prisa te lo puedes saltar.
Muy cerca está el Palacio del Agua o Taman Sari. Un recinto que en su día fue un parque lleno de estanques y canales para el sultán y su séquito amantes.
Y justo detrás del Taman Sari está el mercado de los pájaros o Pasar Ngasem. Por lo que nos contaron, los indonesios tienen verdadera pasión por los pájaros y hay concursos de canto en los que participa todo el mundo y con premios muy cuantiosos. Así que la mayoría de los ciudadanos tiene pajaritos en casa. Merece la pena darse una vuelta por el mercado y ver los cientos de especies de periquitos, loros, cardelinas… que se venden, además de gatos, perros, serpientes, grillos, conejos, tortugas… Yo personalmente no lo disfruté mucho porque todo lo que vuela me da grima, pero hay que verlo y charlar un rato con los vendedores, que son muy amables y te cuentan cosas de lo más curiosas.
La tarde la dedicamos a dar un paseo por la ciudad entre coches, puestos callejeros en los que se vende de todo, centros comerciales y bares en los que disfrutar la rica Bingtang.