Kyoto es la capital cultural de Japón y su contraste con Tokyo es brutal, como si se tratase de países diferentes. El viaje en tren bala entre Hiroshima y Kyoto dura unas dos horas y es comodísimo. Llegamos allí de noche, con lluvia y tuvimos verdaderas dificultades para entendernos con el taxista, que no hablaba ni una palabra de inglés, pero cuando nos abrieron la puerta del alojamiento fue como ver el paraíso.
Como ya expliqué, una de las cosas imprescindibles cuando vas a Japón es pasar al menos una noche en una alojamiento tradicional. Nosotros escogimos una guest house cerca del Palacio Imperial. Era una casa centenaria enorme y cuidada al detalle en la que teníamos nuestro espacio en la planta de arriba y cuyo dueño, Yasu, nos trató como si fuéramos de su familia. Es una mezcla entre un hotel y estar en casa de unos amigos, ya que te preparan el desayuno y si quieres limpian la habitación pero si no, no entran en tu espacio para nada pero cuentas con una cocina, un salón y demás espacios comunes en los que puedes hacer lo que quieras. Aprendimos muchísimo del país, de la ciudad y de la cultura japonesa gracias a Yasu. Este tipo de alojamientos, al igual que los ryokan, son más caros que los hoteles, ya que vives más de cerca la cultura japonesa, son más acogedores y mucho más cercanos, pero merece la pena. Nosotros pasamos allí las 5 noches que estuvimos en Kyoto con Yasu, Toshi y Burrito, su perro.
En Kyoto el transporte público que más se utiliza es el autobús, seguido por e metro. Pero sin suda, lo mejor es la bici. Es una ciudad preparadísima para moverte en bicicleta, con carriles especiales, aceras muy anchas y aparcamientos específicos. Hay lugares en los que puedes alquilarlas pero a nosotros nos las dejaron en el alojamiento, y fuimos encantados.
La ciudad es el alma tradicional del país, así que a cada paso te encuentras mujeres con kimonos, templos mágicos, jardines, santuarios silenciosos, bosques de bambú, geishas que se esconden… lo que uno imagina cuando piensa en Japón.
El número de templos es infinito (bueno, infinito no, hay más de mil seiscientos), así que es mejor perder un buen rato analizando el mapa y calculando distancias, para dividir por días las visitas. Eso sí, siempre habrá que renunciar a algo a no ser que pases allí una buena temporada.
Como ejemplo de algunos de los templos que vimos y que serán los protagonistas del siguiente post… el primero, el Ginkaku-ji.