En agosto se habla mucho de agua. Agua y vino no ligan bien en la copa, aunque antaño fuera una mezcla a la que se recurría en el consumo doméstico para evitar que al cabo de la jornada se caminase con paso dubitativo.
Hoy se mira al Ebro y al cielo (deseando que llueva). Interesante lo que ocurre en Haro con el Barco del Vino. La mar política arremete contra él. Los populares lo defienden porque es idea propia; socialistas y regionalistas lo critican. Y el concurso, además queda desierto. En los tiempos que corren no es fácil desembolsar 300.000 euros para lograr una adjudicación por dos años con el fin de poner en el Ebro un barco que hable de vino. Ahora, el Ayuntamiento piensa en rebajar las condiciones del pliego para que salga de nuevo a concurso. Y tiene su peligro. A medio plazo puede costar más dinero público o el servicio prestado puede estar por debajo de las exigencias y dañar más que reforzar la imagen de Haro, La Rioja Alta y Rioja. Complicada papeleta. Ejemplos cercanos los hay.