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José Glera

La Poda

Paisaje, AVE y el desarrollo de Rioja y La Rioja

Cuando uno ve el recorrido virtual a vista de pájaro del trazado previsto para el AVE que une Logroño con Miranda de Ebro se echa a temblar (línea roja en el vídeo). Y tiembla porque esa sensación la ha vivido antes, no con una línea ferroviaria, pero sí con un proyecto de gaseoducto que parte un viñedo en dos mitades que podrían haber quedado en nada. Y si eso pasa cuando años antes la concentración parcelaría te ha dejado solamente un puñado de cepas de las que tu familia ha trabajado durante décadas puedes llegar a entender mucho mejor el sentimiento de todos esos viticultores afectados por esos dos posibles trazados del AVE a su paso por La Rioja.

A mí encanta viajar en AVE. Más que en Alvia. Y más que en autobús. Ahora bien, si subo a un AVE es para que demuestre su potencial. Porque también lo pago. Parar ir a medio gas, como pasa en algunos tramos españoles porque no vuela sobre las vías adecuadas, no parece tener mucho sentido engordar la deuda de una empresa que cuenta sus números rojos por miles de millones. La Plataforma por el Progreso Sostenible de Rioja lleva días explicando por qué no es necesario el AVE. ¿Es necesaria una infraestructura de casi 900 millones de euros para construir 60 kilómetros? ¿Invertir en mantenimiento anual hasta 500.000 euros por kilómetro? ¿Para ganar 10 minutos al viaje? Los miembros de la Plataforma estiman que la vía afecta directamente a 500 hectáreas de viñedo, extensión que puede multiplicarse hasta por tres por toda la obra civil que demanda el AVE y que la velocidad punta del AVE a su paso por La Rioja será de 170 kilómetros.

Son algunos datos que ofrecen (y que seguramente podrán ser argumentados en sentido contrario), a los que se suman que no pueden circular trenes de mercancías por la vía del AVE. Estos quijotes del siglo XXI quieren cambiarlos por otros más sencillos, como es la mejora del actual trazado con un tren de altas prestaciones, una actuación económica muy inferior y que no dañase ese viñedo (sea o no histórico, porque para cada propietario el suyo es el más importante) que aspira, además, a Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

El AVE no es el diablo, ni tampoco el mesías. Modificaría un paisaje único, pero no es el único culpable. A tenor de lo escuchado a los miembros de la Plataforma, no es necesario en La Rioja, pero lo que sí necesita La Rioja, o Rioja, es defender una idea. Esta tierra demanda comunicaciones porque si el AVE afea el paisaje, sin vías de llegada no hay paisaje que el enoturista pueda disfrutar. Ni feo ni bonito. Ahora bien, tampoco se puede afirmar que aquí exista un gran plan de enoturismo, que esa es otra. Esta pelea contra el AVE debe servir para dar un paso más. No sólo el AVE contamina el paisaje. El cuadro también se emborrona por construcciones que no debieran estar en esos pueblos, por calles mal cuidadas, por planes urbanísticos en los que casi todo vale, por mentalidades de siglos pretéritos en los que se ve en el turista al invasor de la paz local, por trabas burocráticas difíciles de explicar… o por tener espacios como el Centro de la Cultura del Rioja cerrados, en el caso de Logroño. Y no me olvido de esos ejércitos de soldados de acero perfectamente alineados en los que se han convertido tristemente muchos viñedos riojanos con la proliferación de emparrados. Ahí, por ejemplo, no importante que las vendimiadoras mecánicas dañen el prestigio de Rioja, pero también lo liman. O esos vinos que dejan mucho que desear pero que se venden gracias al generoso paraguas que es la DOC Rioja para algunos. Es una cuestión de mentalidad, de cultura, porque el vino no es solo un comercio, es una cultura, rica y milenaria y una forma de entender la vida. Todo esto también afea la imagen idílica que tenemos de esta tierra.

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Vista del Museo Dinastia Vivanco en Briones, por cuyo viñedo pasa uno de los dos trazados de la vía del AVE según la Plataforma. Foto: Miguel Herreros

Defiende la Plataforma ideas como las del progreso sostenible, no dañar el medio ambiente, respetar el territorio o impedir el despoblamiento de los pueblos en un mundo en el que todo el mundo vive muy deprisa y en el que los pequeños núcleos riojanos carecen de servicios básicos y, en ocasiones, mueren víctimas de envidias internas. Compararse con Toscana, Burdeos o Champagne, por citar algunas de las zonas vitivinícolas más reconocidas está bien, pero Rioja es Rioja. En esas denominaciones, y no me olvido de Borgoña, lo que más vale es el viñedo en sí. Esa es la esencia de su prestigio (y el marketing), porque por cada chateau en el que se levanta de castillo hay muchos ‘chateaus’ que no tiene ni bodega. Recuerdo que en uno de mis últimos viajes a Saint Emilion, pueblo peatonal (aquí dejamos el atomizador en la puerta de casa, en pleno casco urbano y goteando sus boquillas) y Patrimonio de la Humanidad, un pequeño bodeguero me explicaba su proyecto. 5.000 metros cuadrados de Merlot guiada con tablas de palets y alambres roñosas; 10 ó 12 barricas en una pequeña habitación, dos o tres modestos depósitos y embotellado subcontratado a un camión-embotelladora al que pides hora y acude a la finca. Resultado: 3.000 botellas y 45.000 euros de facturación (hablo del año 2011). En Rioja se necesitan muchos kilos de uva para llegar a esa cifra. U otro pequeño viticultor: 4,5 hectáreas de viñedo y una bodega de andar por casa (nunca mejor dicho, porque era su casa) con una producción de 18.000 botellas y casi 500.000 euros de facturación, venta en premier incluida. ¿La clave? El viñedo, el ‘terroir’.

Hace poco tiempo comparaba en este mismo blog las comunicaciones de Valladolid y La Rioja con Madrid. Gana Ribera de Duero clarísimamente. Ahora bien, ya no es cuestión de velocidad, sino de frecuencia. Da igual tener un AVE al día o un Alvia. ¿Uno? Es necesaria una oferta mayor. El viaje Logroño-Madrid de las 7.35 horas es comodísimo y no es en AVE. A las 11.00 horas estás en Atocha. En coche llegar a Madrid en ese tiempo supone jugarse varias multas o algo más. Pero no hay frecuencia. No hay trenes (sería bueno que los que hay tengan algún enchufe para las tecnologías) . ¿Por qué? Seguramente porque no hay demanda. Ida y vuelta cuesta 95 euros; en autobús, 30 euros. Ahora bien, llega a ser desesperante ver parar al tren en cuatro ocasiones en 21 minutos y en un tramo de apenas 40 kilómetros: Calahorra, Rincón de Soto, Alfaro y Tudela.

 

 

 

 

 

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