«No es obligatorio equivocarse. Es frecuente, pero no obligatorio. Puede que hasta sea instructivo, pero no es estrictamente necesario» (György Faludy)
Cuentan que cuando José María Aznar ganó sus primeras elecciones, lo exiguo de aquel triunfo (una mayoría relativa que le animó a pactar con el nacionalismo vasco y catalán), apareció ante sus fieles en Génova con el semblante apenado. Lejos de la euforia que presumían sus incondicionales. Era tan triste el ambiente en la cúpula de ese cónclave que tuvo que tomar la palabra Rodolfo Martín Villa, veterano en los fogones de la política, para subir la temperatura. Dando con la clave de arco de todo proyecto de Gobierno: «Pagar las pensiones. Hay que concentrarse en pagar las pensiones. Que cuando les llegue este mes a los jubilados su cheque, vean que ahora lo paga un Gobierno del PP».
Se ignora si Aznar suspiró aliviado. Pero fuera porque atendió el consejo de Martín Villa o por la propia inercia de los mecanismos del poder, su Gobierno pagó en efecto esa mensualidad. Un milagro al que siguieron otros semejantes para abonar su salario a los empleados públicos, nómina tras nómina, hasta que abandonó La Moncloa. Proeza análoga a la protagonizada antes por Felipe González: para una generación de españoles, más allá de su ideología, González será siempre el presidente que universalizó las pensiones. La solidez de los hechos frente al estado gaseoso de las promesas. La praxis, lo factual, borra las distinciones ideológicas. Que es lo que ocurre cuando a las propias siglas se le añade el logo del Palacio de la Moncloa: todo proyecto nota entonces el benéfico efecto del viento de cola. Navega por los procelosos mares de la política con un impulso adicional, que nada garantiza pero que algo anima a robustecer las propias filas, condición indispensable para conquistar luego el favor del electorado más tibio. Véase el caso del PSOE de Pedro Sánchez, cuya gestión merece gruesos epítetos a sus rivales y suele dejar fríos (o a encender: nunca se sabe qué es peor) a quienes no se cuentan entre sus fans. Pero hay una inmensa capa demográfica, situada más o menos en el centro ideológico, para quien Sánchez será lo que sea, pero sobre todo es el presidente. Su presidente. A quien guardar algún respeto y cierta lealtad. Sobre todo, si paga su salario a los pensionistas y a los funcionarios.
Un axioma que puede replicarse a escala. Habrá quien se siente tentado de conceder su papeleta a José Ignacio Ceniceros, Cuca Gamarra, Luis Martínez Portillo o (en la otra esquina del cuadrilátero) a Laura Rivado o Javier García sólo porque concurrirán a las elecciones agregando a las promesas consustanciales de todo candidato el perfil institucional de quien se lanza a la carrera hacia las urnas respaldado por la fuerza de los hechos. Malos, buenos o regulares. Pero hechos. El problema surge cuando tales hechos, nacidos de la gestión gubernamental, son portadores de malas noticias, como acaba de suceder con el Presupuesto nacional, que en la línea de los últimos cuatro años castiga a La Rioja con una saña desoladora mientras fomenta ese curioso juego no menos desolador: PP y PSOE se copian las coartadas según quién ocupe el banco azul del Congreso y José Ignacio Pérez tiene que ejercer de Alberto Bretón, justificando lo injustificable, con el mismo éxito que su antecesor: ninguno. Como los hechos son contumaces, ignorar lo evidente conduce a cada representante político a coquetear con el ridículo. Porque una equivocación más otra ni se anulan ni se restan: se suman. Perseverar en el error conduce a la región al estado de postración presente, que equipara en su calificación a unos políticos con otros: suspenso general.
Coincidiendo con la presentación del Presupuesto del Estado, el profesor riojano José Manuel San Baldomero presentó esta semana el resultado de sus pesquisas sobre aquel brillante hijo de la Ilustración, Gaspar de Jovellanos. Que curioseó por La Rioja cuando moría el siglo XVIII y tropezó con una tierra tal vez no tan distinta a la actual: una región necesitada de luces y más luces. Oprimida por la Inquisición de su época y oxigenada por una minoría aburrida de fracasar en su tarea: sacar a esta tierra de su declive. Puede alegarse que La Rioja de ahora es muy distinta. Que se subió al carro del progreso más o menos cuando tocaba y que participa del mejor periodo de convivencia pacífica y democrática del conjunto de España. Lo cual es tan cierto como que aquella región «deliciosa», según la atinada observación de Jovellanos, vive hoy demasiado ensimismada. Sólo se agita cuando prevalece el ruido político, que atiende a una lógica tan rutinaria como absurda: los partidos modulan sus mensajes en función de quién ocupe el Gobierno de la Nación. Un discurso primario, muy elemental. Lo contrario de la aspiración a lo sublime que reclamaba Kant del ser humano, el mandato que hizo suyo Jovellanos mientras trepaba hacia Clavijo, recorría el valle del Ebro o se maravillaba en San Millán. Su viaje acabó como acabaron tantas andanzas de los hijos de su tiempo. En el destierro. Dominado por la melancolía, el mismo mal que aqueja a los nietos de esos riojanos a quienes visitó. Que pueden hacer suyo el feo dictamen con que el escritor Cabrera Infante concluyó mucho tiempo después otra visita: la que hizo a Moncloa siendo Aznar presidente. Los políticos, resumió el novelista cubano con uno de sus célebres juegos de palabras, se mueven antes por conveniencia que por convicción.
LA LETRA PEQUEÑA
Calma chicha en el PSOE logroñés
El comité regional que celebró ayer el PSOE riojano llegó precedido de una asamblea ordinaria que estuvo dominada por una cierta calma chicha, según los asistentes. No sólo se aprobó sin problemas el informe de gestión que presentó Beatriz Arraiz; también llamó la atención del bajo nivel de belicosidad observado alrededor del vencedor en las primarias, Pablo Hermoso de Mendoza. Quien tomó la palabra al igual que otros afiliados: por ejemplo, Inmaculada Ortega, que enterró sus antiguas hostilidades con Arraiz, para sorpresa de la militancia reunida en la sede de la UNED. En bajo número, por cierto.
Los líos internos de Ciudadanos
«Es un tema sobre el que el partido va a abrir un proceso interno de solicitud de información para analizar la situación y poder valorar los pasos a seguir. Nos corresponderá aportar esa información en el ámbito interno». Con fecha 11 de enero, firma este documento Carlos Hierro, responsable regional de comunicación de Ciudadanos. Alude de esa manera tan críptica a los conflictos derivados del pulso abierto en su grupo parlamentario riojano. Y lanza este aviso para los afiliados, «sólo en caso de ser preguntados», al que ha tenido acceso Diario LA RIOJA, luego de «las pertinentes deliberaciones junto con la secretaría de comunicación nacional». Que apuesta por «minimizar lo máximo la exposición al tema».