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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Interés (personal) en la Laurel

Entrada a la calle Laurel, vista por Justo Rodríguez

La madre de todas las calles para los bares de Logroño está de enhorabuena: es de interés. De interés turístico, lo cual es como descubrir América: así lo acaban de sancionar las autoridades competentes (riojanas, por supuesto) pero así lo sabía ya el pueblo soberano, tanto indígena como forastero. Bajo esa apabullante distinción de oscuro sentido se oculta sin embargo algo serio: una suerte de compromiso generalizado en defensa del corazón de Logroño, puesto que el sello de calidad obliga no sólo a la mentada calle, sino a la adyacente San Agustín y a la muy vecina San Juan. Y porque no sólo exige un esfuerzo al cliente, que hará muy bien en observar una cierta cortesía en su conducta como parroquiano, sino que sobre todo reclama más dedicación, gusto por los detalles e imaginación a los dueños de los bares, los más directos beneficiarios del título recién adquirido.

Quiere decirse que si el Gobierno regional proclama que el itinerario turístico-gastronómico que forman las tres calles queda declarado de interés turístico regional, deberá en consecuencia preservarse la calidad de los ingredientes que se sirven en los bares allí alojados, así los comestibles como los bebibles. Uno piensa que además se aprovechará para perfeccionar la profesionalidad con que se desempeña el oficio en cada local de dicha ruta, que se mejorarán los elementos decorativos (desde el diseño de los propios establecimientos, tanto interior como exterior, hasta la rotulación y resto de factores añadidos), que las administraciones velarán para que se cumplan las ordenanzas en materia de higiene y buenas costumbres… Uno incluso espera, porque es así de ingenuo, que esas muestras de escaso decoro y falta de buen gusto bautizadas como despedidas de soltero, especialmente las que más público convocan, serán por lo tanto expulsadas al extrarradio, pero me temo que no van por ahí las intenciones de la Administración. Incluso sospecho que más de un bar que ha encontrado ahí un filón de clientela preferirá que semejante tradición, por muy chabacana que resulte, se mantenga bien musculada. Aunque haya que mirar hacia otro lado: todo sea por el bien de la máquina registradora.

Son sólo deseos, esperanzas vanas tal vez. Lo que realmente me ha interesado de esta distinción que acaban de recibir las calles más castizas de mi ciudad es que me invitan a revisar mi propia biografía y preguntarme cuándo las declaré yo de interés personal. De interés personal. Y en el caso de la calle Laurel, concluyo que fue hace mil años: yo tendría diez o doce cuando mi padre me llevó junto a mi hermano a dar por allí nuestra primera vuelta. Nuestra primera ronda, nuestra primera vez. Fue poca cosa: ingresamos en un bar cuyo nombre no recuerdo, que luego fue tienda de restauración y ahora se llama La Ribera. Nos pidió un par de emparedados vegetales que servían a la plancha sin acompañamiento de bebida alguna, nos supieron a gloria y regreso a casa. No he vuelto a entrar al citado bar, ignoro la razón. Lo cual no evita que cada vez que cruzo ante su puerta mire hacia dentro por si se obra el prodigio y veo materializarse ante mí a aquel chavalito que fui. De momento, sin suerte. Me consuela pensar en ese emparedado como si fuera la magdalena de Proust. Y me consuela pensar que no estoy solo: que para muchos logroñeses habrá habido también una primera vez en la Laurel.

Así que si alguien más se anima… Si a algún improbable lector le apetece relatar su bautismo como miembro de la cofradía del santo chiquiteo, ya sabe que esta es su casa.

P.D. Repasando mi ingreso como cadete en la calle Laurel, he caído en la cuenta de que era más propio de aquella época (primeros 70) acompañar a la tribu familiar de peregrinaje por los bares de una calle hoy en plena decadencia: Ollerías, donde tengo puestas algunas esperanzas. Se me ocurre que es una calle muy recuperable para ir de bares… en cuanto abran alguno. De momento, sólo figura como puerta de atrás de Los Rotos de la calle San Juan, cuando en esa época que cito era todo lo contrario, una calle en ebullición hostelera muy apropiada para iniciarnos en esa costumbre tan logroñesa: ir de bares. En busca de los champiñones de Paco, por ejemplo, o recalando en el resto de locales que completaban el recorrido: Sergio, Chistera y El Trece, según me recuerda el amigo Eduardo Gómez. Ollerías fue en realidad la calle que sirvió para caerme del caballo. Mi camino de Damasco.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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