Baden-Baden, localidad alemana famosa por su balneario, perteneciente al estado de Baden-Wurtemberg. Baden-Baden, de donde nació aquella expresión ya en desuso que también sirvió para bautizar una película célebre en su tiempo: Madrid, en verano, Baden-Baden. Lo cual significaba que con la canícula la capital del Reino se despoblaba, circunstancia de donde nació otro mito: el madrileño como Rodríguez, denominación muy cañí que tanta gracia les hace a los amigos latinoamericanos. Baden: en Logroño, dícese del famoso bar alojado en Travesía de Ollerías, pionero en el sector hostelero local por varias de sus aportaciones. La primera, servir marisco, un lujo al alcance de pocos bolsillos allá cuando abrió sus puertas, hace ahora 43 años. La segunda, que de sus grifos empezó a manar cerveza negra, rareza que ahora no lo es tanto pero que entonces alcanzó la categoría de acontecimiento.
Viene a cuento tan largo preámbulo del suceso que conmociona al mapa logroñés de bares: cierra Baden. Cierra y con su cierre desaparece una leyenda, porque sus mariscos y sus cañas ejercieron como un poderoso imán para unas cuantas generaciones que jamás habían visto de cerca una navaja (salvo en el escaparate de Suso, tal vez) y pensaban que cuando salía negra la cerveza era porque el artefacto andaba averiado y aquel bebedizo tan turbio no prometía nada bueno. De modo que Baden, sobre todo en los años 80 y primeros 90, se convirtió en parada obligatoria para quienes quisieran ser testigos de tantos y tantos mágicos sucesos que cada día se oficiaban en su barra. Las navajas salían perfectas de la plancha, impoluto el punto de sal, al igual que los berberechos y los mejillones se ofrecían envueltos en una salsa picante y jugosa, muy adictiva, cuyo secreto jamás compartió el jefe de todo aquello, José López de Foronda, quien ahora se retira y disfrutará del merecido descanso que la plancha del bar no le concedía.
El éxito de Baden fue tan mayúsculo en su época que alcanzó un carácter histórico cuando se convirtió en el primer bar logroñés que contaba con su propia franquicia. Un angosto local situado en Saturnino Ulargui, en aquel tiempo en que esta calle se convirtió en la referencia para el picoteo que hoy sigue siendo. Quien esto escribe ha sido cliente más o menos habitual de ambos Baden: del original y de aquel hermano pequeño, que tuvo muy corta vida. Lo cual siempre me pareció injusto: era una barra elegante, de corte clásico, con una carta donde los productos del mar se tarifaban a precios bastante comedidos. Y donde se tiraba también la caña con mucho estilo. De modo que su clausura, que precedió a la que ahora nos ocupa, representó una puñalada para todos los fanáticos de ambas mercancías, quienes hoy también guardan luto por el cierre de uno de esos bares que acaban adquiriendo la condición de guía y faro de una ciudad. Una brújula.
El adiós del Baden, del que me invitan a escribir las queridas Vicky y Cristina (ahora caigo que el dúo tiene nombre de película de Woody Allen), llega en un momento de cierta tristeza para la hostelería logroñesa, igual que para el conjunto del comercio local. Se baten en retirada otros garitos con muy buena pinta, como La Retro, y bajan la persiana hasta los más castizos, como el vecino Alejandro de la calle del Carmen en trance de ser recuperado para la causa hostelera, o el Rincón de la Travesía, en la cercana San Juan. Caen también como moscas tiendas de toda la vida, lo cual es una manera muy efectiva de cortocircuitar el corazón de una ciudad. El dueño de Samantha, la perfumería de Jorge Vigón de cuyo propio cierre escribí en otro sitio cercano días atrás, me confesaba que había ido elaborando una lista de comercios de-Logroño-de-toda-la-vida cerrados en los últimos cinco años que helaba el corazón. En cierto sentido, también el Baden puede incluirse en tan fatídica relación: la de aquellos establecimientos que contribuyeron a forjar la imagen de una ciudad, cuya despedida nos deja más pesarosos. Y nos deja más viejos, a solas con nuestros recuerdos. Huérfanos, en cierto sentido. Porque como me preguntaba Cristina desde Italia estos días: dónde se podrán encontrar ahora en Logroño unas navajas como aquellas. Siento contestarle a ella y a quien se haga la misma pregunta que no tengo ni idea. Me temo que en ningún sitio: porque aquellos manjares y tragos de nuestra mocedad, los bares donde vimos pasar la vida cuando aún parecía ancha y larga, sólo alimentan ya nuestras fantasías.
Porque eran bares hechos del mismo material que el mítico halcón maltés: del material con que se construyen nuestros sueños.
P.D. La noticia del cierre del Baden (que por cierto se rotula al modo alemán en el cartel de la entrada, es decir, Baden-Baden) la adelantó en primicia, como suele, el infatigable compañero Eduardo Gómez en las páginas de Diario LA RIOJA. También daba cuenta de otros adioses recientes, como los arriba citados, lo cual me hizo caer en la cuenta de que van pereciendo unos cuantos locales del Logroño castizo. Porque se jubiló el Perchas y ahí sigue el local vacío, a la espera de que algún intrépido se anime. De modo que me malicio que estamos ante un cambio cultural de proporciones más extensas que una pura coincidencia. Me malicio si las ordenanzas en materia de alquileres antiguos algo tendrán que ver en esta larga serie de despedidas.