Hace unos cuantos meses, recibí el encargo de colaborar con una publicación que pretendía reflexionar sobre el impacto que generan en Logroño algunos indómitos rótulos de comercios muy característicos. Espigué la lista de potenciales candidatos y me decanté por escribir sobre el bar Iturza, cuya rotulación tanto me ha intrigado desde antiguo. El caso es que el tiempo iba pasando, el proyecto no terminaba de cristalizar y hace unos días recibí de su promotor la noticia de que en efecto la publicación no verá la luz, al menos de momento. De modo que me ha parecido oportuno recuperar en esta entrada las líneas que en su momento puse en limpio sobre un bar muy particular y un rótulo no menos fetén.
Ahí va el artículo:
El neón de los bares, la lírica callada de la tipografía, acompañan los pasos ciudadanos desde que el azar nos deposita en el mundo. Mundo Logroño. Así como el bar nos sirve de brújula, el rótulo es nuestro faro. Trepa la niebla desde el río, pero al fondo del Espolón parpadea la cegadora luz que nos avisa: estamos llegando a Ibiza, playa bajo los soportales. A lo lejos luce como un reclamo otro heraldo familiar: Samaray, hermoso nombre. Y sabemos que nos acercamos a casa cuando lo anuncia La Granja, que ilumina la calle Sagasta con una deslumbradora potencia de fuego, formando una nebulosa que se parece bastante a una pesadilla. Es una fantasía animada de ayer y de hoy, porque se nutre del rico catálogo donde bullen otros rótulos imperecederos: Pingouin Esmeralda, La Gaceta del Norte, Orive, Henry Colomer… Vecinos, el cartel de La Numantina, que todavía resiste, y otro ya olvidado: el del Instituto Nacional de Previsión, nomenclatura que haría feliz a Kafka.
Carteles que enmarcan la clase de democracia favorita de los logroñeses, la mesocracia, y que también contribuyen a su ceremonia civil preferida: irse de bares. Una iglesia laica que se anuncia de mil maneras, entre el neón y la brocha gorda, devota de un tipo de letrero que debe su fama al pintor que pinta con amor esas palabras donde día tras día se reconocerán varias generaciones: Bar Iturza. Nueve letras. Nueve, el número bíblico, el número del Espíritu Santo, lo cual resulta pertinente con la atmósfera ambiente del local de la calle Mayor, templo espiritual y dipsómano, adicto al misterio llamado gamba a la gabardina, suculento bocado y poderosa imagen que tal vez bautizó Ramón Gómez de la Serna.
Bar Iturza, la palabra pintada. Dos palabras para ti. Y entre las dos palabras, un registro azul eléctrico aporta el dato prosaico a la desteñida poesía que encierran los cuatro colores del letrero pintado contra la pared, cuya hechura imperfecta remite al día olvidado en que el pintor recibe el encargo y se pertrecha de pinceles. Cuando izado a la escalera perpetra esta manifestación de arte cotidiano y decide en honor de aquellos otros pintores logroñeses que le precedieron en el escalafón recurrir al marrón sutil, festonear de blanco las nueve letras y decantarse por el rojo como color dominante que nada domina, mientras al fondo brilla un azul inesperado ejerciendo de sombra. Cuatro colores al servicio tanto de la parroquia conspicua como de la recién llegada, una coalición de modernos de última hora, parvenus que todo lo ignoran sobre la dramaturgia del huevo duro, antaño divisa del Iturza cuando se traspasaba esta puerta presidida por los cuatro colores que la decoran.
Sucede que el cliente penetra ya en el bar sin ver el letrero, que tal es la hazaña máxima a que aspira cualquier artista: ser invisible. O al menos que lo sea su estilo. Alcanzar por lo tanto ese edén en que el artesano tipógrafo deviene en maestro pintor. Porque pinta con amor. Amor, diosa de los bares.
P.D. El artículo transcrito me permitió irme de excursión por los confines de la memoria y trazar ese itinerario de rótulos que he ido citando, donde reparé que exigen capítulo propio aquellos bares con más bellos letreros. Incluyo otro aquí que no aparecía en el texto: el Tívoli, que sus actuales regentes han tenido a bien recuperar en la remodelación todavía reciente. Una pena que por el camino se hayan extraviado otros no menos hermosos: Capri, Dickens, Turismo, Chevalier…