Con este título encabecé hace unos días un artículo publicado en Diario LA RIOJA, para compartir con el improbable lector mi esperanza de que un local tan querido se dote de una posibilidad de supervivencia ahora que acaba de ver clausuradas sus puertas. Para quienes no lo leyeron, lo lanzó por este conducto hacia el éter. Decía así.
En los últimos años, unos cuantos bares históricos del corazón logroñés han reabierto sus puertas luego de delicadas operaciones quirúrgicas. Ocurrió con el Tívoli de la esquina entre Bretón y Gallarza; fue también el caso de la antigua cafetería Las Cañas, alojada en los bajos de lo que fue Gran Hotel, hoy resucitada como Wine Fandango; y hace ahora un año el Ibiza del Espolón reapareció también con gran éxito. No ha sido lastimosamente el caso de La Granja, el legendario café de la calle Sagasta, que acaba de clausurar una etapa fallida después de su intento de reconvertirse en bar de copas, modalidad ‘low cost’. Bajo la denominación de ‘Copas Rotas’, el veterano establecimiento (próximo a cumplir un siglo de actividad) volvió a la vida hace cuatro años, una experiencia recién truncada: sus clausurados ventanales con vistas al Logroño castizo aguardan hoy una mano amiga que le devuelva el pulso.
Así lo esperan los clientes conspicuos, que fueron declinando con el paso del tiempo, una vez que su transformación en bar de copas, apuntando hacia la parroquia propia de la noche, no alcanzó el acierto deseado. Y así lo esperan también los comerciantes de alrededor y vecinos del barrio, que se enteraron del cierre abruptamente. Por sorpresa, una mañana de hace un par de semanas lo vieron cerrado. Y cerrado sigue, sin ninguna señal visible en su exterior que permita confiar en la posibilidad de su reapertura.
Se trata de una opción que ha cobrado fuerza por su entorno: la resurrección de La Granja bajo un proyecto renovado que pilotaría un prestigioso grupo de la hostelería local. De momento, sólo una ilusión. Que choca contra la auténtica realidad: las puertas clausuradas y los sueños rotos de sus hasta ahora responsables. Que hace cuatro años, cuando ponían en marcha su negocio, recordaban su apuesta por un nuevo concepto de bar franquiciado, donde todo cuesta mayoritariamente un euro. Antes que en Logroño, la idea de este bar de bajo costo se había implantado en Madrid, Castilla y León, Comunidad Valenciana, Baleares, Galicia y Navarra. Según sus promotores, el bar nacía con un espíritu condensado en una frase con pinta de eslogan: que la calidad no está reñida «para nada» con los precios. Su propuesta hostelera aspiraba a abarcar un anchuroso horario: desde el desayuno mañanero hasta la franja nocturna. «Un lugar para la primera copa», como explicaban los jóvenes empresarios que impulsaron el proyecto.
Unos propósitos que el paso del tiempo ha frustrado. Queda, no obstante, la esperanza de que algún emprendedor se anime y resucite el local bajo su añejo espíritu, resumido en estas palabras de Eduardo Gómez, colaborador de este periódico y perito en bares. «Por su céntrica situación y la amplitud de sus instalaciones se convirtió en el centro de reunión de logroñeses y de forasteros en San Mateo, especialmente del mundo del toro y de la pelota», rememoraba hace cuatro años, cuando el local volvió a nacer. Era su himno a la antigua Granja de las bandejas de ensaladilla rusa y las raciones de almejas que suministraba la vecina pescadería Suso. La Granja que busca una nueva oportunidad.
P.D. El artículo añadía un par de aportaciones; una, debida como las anteriores líneas al ingenio y erudición logroñesa del maestro Eduardo Gómez, de quien recuperaba una pieza donde glosaba la historia del histórico café de Sagasta. El segundo apoyo a la información central servía para lanzar otra imaginaria lágrima por otra defunción: la reciente desaparición de otro local singular del centro de Logroño, el Viena de Muro de la Mata. Y recordaba allí que, aunque carente del carácter emblemático que confiere a La Granja su longevidad, Viena representó en su momento un ambicioso proyecto hostelero que reunía en un mismo local al menos un par de almas: por un lado, como pastelería; por otro, como cafetería, adornada con una sugerente terraza con vistas al Espolón. Luego de algunos contratiempos, el establecimiento tiene sus puertas cerradas desde hace algún mes, con el cartel de la inmobiliaria como sello de su defunción. Abierto en noviembre del 2008, luego de una inversión que sus promotores cifraron en 3 millones de euros en sus 200 metros cuadrados que buscan una nueva (y mejor) vida.