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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

De Ciriñuela a Torrecilla, bares para una excursión

Bar El Parque, de Torrecilla en Cameros

 

Llega un correo a través de la moderna tecnología: un vecino de La Rioja interior clama contra su particular derivada del venenoso invierno demográfico, que ataca su médula en pleno verano. Resulta que su pueblo se va a quedar sin el último bar que resguardaba al vecindario. Como ya se ha escrito por aquí alguna vez (y recuerdo por ejemplo una hermosa pieza de Pío García, compañero en esta casa que nos acoge con tanta paciencia, trazando su particular itinerario de bares caídos en el territorio rural), la despoblación que acecha a esos municipios se refleja en numerosas estadísticas pero también en los detalles menores. Que no lo son tanto: cuando cierra el bar del pueblo, síntoma de que carece de clientela. Que sus regidores se pasan a la jubilación y nadie toma el relevo. Que su localidad pierde por lo tanto algo más que un negocio: el centro neurálgico de la socialización. Un icono, una brújula y un faro.

El pueblo se llama Ciriñuela. Es una entidad local dependiente de Cirueña, localidad con algo más de cien habitantes cansados. Que prospere un bar en este territorio tan despoblado tiene bastante de milagro. Que salga adelante en Ciriñuela, donde el censo luce todavía más delgado, es directamente un milagro. Quien me escribe es consciente de las dificultades que acarrea abrir todos los días un bar e intentar ganarse la vida, pero su desconsuelo no conoce de razones económicas. Es un llanto sentimental. Un mensaje en una botella. Esos que se lanzan con la esperanza vana de que lleguen a algún lado y una mano amiga y desconocida opere la proeza: mágicamente, el bar que iba a cerrar permanecerá abierto. Y sus clientes comerán perdices con un chato de vino. Fin de la historia.

La vida sin embargo es más amarga y cruel. Pero también esconde territorios propicios para mantener algo parecido a la ilusión, incluso en esos rincones de La Rioja rural tan golpeados por la crisis demográfica. Voy con alguna frecuencia a Torrecilla. No la suficiente para trazar aquí una apresurada cartografía de los atractivos de sus bares, pero sí bastante como para concluir que aunque no descuellan en número, sí lo hacen en calidad. Son bastante más que bares de pueblo. Barras poseídas de un delicado encanto, a la altura de la coqueta población que los alberga. Torrecilla habrá conocido tiempos mejores, seguro que con más vecinos cansados (y más bares registrados), pero conserva en elevadas dosis las virtudes de estos pueblos serranos. Vecindario amable y fetén, caserío bien cuidado, asombrosas mansiones, palacios solemnes y majestuosos, paseos memorables en la parte superior del pueblo (lindando con su esbelta iglesia) o surcando el itinerario que propone el revoltoso Iregua. Un estupendo catálogo de atributos que merecen siempre una visita.

Entre ellos figura uno mencionado arriba: sus gentes. Las gentes de Torrecilla, según mi humilde experiencia, se caracterizan en general por una simpatía que les hace imbatibles en el trato cercano. A diario y en ocasiones señaladas como su popular y modélica fiesta de la solidaridad que cada verano marca un hito en el calendario festivo regional, gracias a quienes viven en el pueblo incluso en temporada baja como a la aportación de quienes se consideran (me parece, me parece) habitantes del pueblo a todos los efectos. Los veraneantes, que llegan en algún caso de tierras bien lejanas, mantienen un vínculo con Torrecilla ejemplar. Observable en su abrumadora presencia en los bares del pueblo, donde la hora del vermú equivale en los meses de la canícula a gloria bendita.

Cito los casos que conozco de primera mano, que en nada sorprenderán a sus habituales pero que tal vez animen al improbable lector a catar sus excelencias. Empiezo por el Círculo, dotado del antiguo encanto del tiempo en que esta clase de bares eran moneda corriente: me gusta su fachada señorial, el espíritu añejo que pervive entre sus muros y el ambiente asegurado que caracteriza a su terraza. Y hablando de terrazas: Torrecilla acoge dos bares así denominados, ambos una recomendación de seguro éxito. El llamado La Terraza II dispone además de un elemento que me parece embriagador: sus vistas. La sierra cercana, los montes vecinos, el rumor del río discurriendo bajo los pies de los clientes, al fondo los vehículos que surcan la N-111 rumbo a Piqueras, camino Soria…

Mi favorito no obstante es El Parque. No tanto por su carta, pródiga en ricos bocados y suculentos tragos, como por su ubicación: sus acogedores veladores, custodiados por el venerable arbolado, tienen algo de parapeto contra la hostilidad del mundo. Aquí se saborea la vida, en esta atalaya donde se ven los días pasar, los veraneantes que vienen, los que recogen ya sus pertenencias porque regresan a casa entre suspiros y alguna lágrima, los vecinos de toda la vida dichosos de que Torrecilla recupere durante unos meses su añorado esplendor. Uno podría pasarse allí el tiempo que otros necesitan para formar gobierno: una dulce espera azotada por la brisa que se columpia en las ramas de estos árboles que todo lo ignoran sobre el drama de La Rioja vacía.

Concluye el paseo, de Ciriñuela a Torrecilla. Me temo que carezco de soluciones mágicas que preserven en el interior de la región no sólo a sus habitantes, sino a estos bares difuntos que dejan a sus potenciales clientes tan abatidos. Prefiero dedicar mi tiempo a solazarme con los que sobreviven en perfecto estado de revista. Los bares de Torrecilla demuestran que, seguro que no sin dificultades, es posible en cada rincón de La Rioja rendir culto a lo que significan. Un negocio, desde luego, donde no caben los sentimentalismos. Pero también esa luz que aguarda al final del bosque cuando los protagonistas del cuento creen haberse extraviado. El refugio donde incluso el invierno demográfico siempre nos parecerá verano.

P. D. Esta excursión fuera de Logroño y de sus bares arrancaba con ese mencionado SOS como detonante. Que rezaba así: “Quiero hacer un llamamiento al Ayuntamiento de Cirueña-Ciriñuela, para que hagan todo lo posible, en volver abrir de nuevo el bar de Ciriñuela. Si tienen que mejorar las condiciones, si tiene que ser solo en primavera-verano, etc…… Por favor que lo sea. Pero HAGAN (sic: las mayúsculas son suyas) algo para que vuelva a funcionar.  Da la sensación que no tienen el más minimo interes en que se vuelva abrir. PUBLICÍTENLO (de nuevo sic). Muchas gracias”. El anónimo remitente nada aclaraba más. Pero ese grito de auxilio agitó algo parecido a una corriente de afectuosa solidaridad que (me parece) exigía concederle unas líneas. Y aprovechar de paso este viaje para reivindicar como también merecen esos bares de la querida Torrecilla.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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