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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Bares, más o menos

 

Una reciente información habrá encogido el corazón a quienes perpetran, como es propio de este espacio, nuestro pasatiempo favorito: ir de bares. Resulta que cada vez hay menos. Bastantes menos. Desde el 2010, han caído por el camino 200 establecimientos en toda La Rioja. Se trata de un dato extraído de la estadística recopilada por el instituto del ramo, al que se atribuye cierto rigor científico que combate el escepticismo con que el improbable lector habrá acogido la noticia. ¿Doscientos bares menos entre nosotros? El paseo cotidiano se inclina por desmentir esa cifra, siempre que (atentos) se circunscriba a Logroño. Mejor dicho, a las calle del centro. Porque incluso, como alguna vez se ha comentado por aquí, de la periferia de la ciudad tiende a desaparecer en los últimos tiempos la figura del bar de barrio, el querido local de toda la vida, icono de su vecindario.

Ocurre que, mientras el fenómeno de la trasiega urbana de tragos y bocados sigue en auge, en el interior de La Rioja semejante costumbre tiende a declinar. De ahí esa mengua registrada en el apartado estadístico, que sin embargo se solapa con una trayectoria divergente: mientras cae el número de bares, no deja de subir el de restaurantes. Incluyendo ese híbrido tan de moda, el bar-restaurante o restaurante-bar, que uno nunca sabe. Una tipología triunfante, amparada en una razón de peso: que es donde la factura resulta más elevada, como también anota el INE. Y hablando de precios, su estudio se detiene en otro ámbito también muy esclarecedor: que el gasto de las familias en este capítulo también cotiza al alza. Natural que cada año se abran en La Rioja cuatro nuevos restaurantes, según el mentado informe. Pocos se me hacen.

A menudo, los árboles de las cifras impiden observar el conjunto del sector. Quienes auscultan diariamente su corazón habrán observado que las dificultades para sacar adelante el negocio que significa un bar nunca se detienen. Siempre acechan. Según mi pobre experiencia, llegar a fin de mes razonablemente al frente de un bar exige una mano de obra escasa (el típico negocio donde se emplea la familia con algún refuerzo coyuntural) y que el local donde se aloja el establecimiento lo sea en propiedad. De lo contrario, aparecen los problemas. Y amenaza el cierre, engrosando así los informes anuales del INE. Pero también es cierto que algunos bares no sólo sobreviven con los comprensibles apuros sino que mantienen un aspecto tan saludable que anima a preguntarse por la razón de su éxito. Que (de nuevo según mi humilde juicio), suele estar relacionada con una predisposición superior al sacrificio por parte de sus responsables o con una cuota adicional de talento. Lo de siempre en cada actividad de la vida.

Veamos dos casos que llegan a mi mesa. El Pasapoga de avenida de la Paz, que suele ofrecer un estupendo aspecto. Se ha reconvertido desde su condición de bar de barrio al estatus de casa de comidas, gracias a una gestión muy atinada que incluye una adecuada selección de vermús y vinos y una cocina de donde salen perfectas de punto unas cuantas gollerías, rellenando un hueco entre la potencial clientela que hasta ahora no había detectado el resto de su competencia albergada en el mismo barrio. Incluyendo su apreciado menú diario, tabla de salvación de tantos de sus hermanos. Segundo ejemplo, El Soldado de Tudelilla: bajo la sabia conducción de la maga Azucena, se ha transformado. A mejor. Mantiene las esencias del negocio que dejó Manolo con su jubilación (sus ensaladas memorables) pero añade una golosa sección de cocina en manos de Alejandra, que prepara unos guisos de cuchara muy recomendables (ojo a su sopa de ajo, manjar desaparecido casi de los menús logroñeses) y añade una envidiable habilidad para la cocina de casquería, que depara momentos gloriosos.

A estos dos casos se pueden añadir unos cuantos, que seguramente esquivarán las profecías más fúnebres empleando con tino los mismos ingredientes: predisposición máxima hacia el negocio, conocimiento de sus particularidades, un servicio eficaz y profesional y un innegociable olfato para calibrar las tendencias reinantes en ese sector y agregar además un suplemento adicional, un elemento distintivo. El sello diferencial que anime a sus feligreses a compartir su pasatiempo precisamente en ese bar y no en otro. Si prevalece su ejemplo, la próxima estadística del INE debería registrar que se invierte la actual trayectoria. Al menos, en el ombligo de Logroño. Porque para la periferia de la ciudad y, sobre todo, para los pueblos que se resignan a que desaparezca la vida que todo bar asegura, me temo que el 2020 entrante seguirá trayendo malas noticias.

P.D. Ezcaray es uno de los raros municipios de La Rioja interior que se resisten a verse consumidos bajo la marea que vacía el entorno rural. Un caso de éxito en sí mismo, muy vinculado al vigor de su oferta hotelera y hostelera. Que tiene al formidable Echaurren como bandera, cuya esplendorosa trayectoria viene a cuento para destacar lo antedicho. La extraordinaria capacidad de reinvención que caracteriza a algunos negocios. Casa de comidas tradicional, restaurante multipremiado, un hermano menor (pero no por eso menos atractivo: el sugerente El Cuartito) y su hotel, que dispone de una atractiva barra aledaña. Donde recostarse en los mullidos asientos al amor de la confortable chimenea y asomarse a los espléndidos ventanales mientras se apura el aperitivo o se disfruta del reparador cafelito con vistas a la estupenda iglesia. Una recomendación que cedo gratis para quien desee darse un homenaje en cualquier estación del año pero que me parece más útil si hay suerte y nieva: es entonces cuando la chimenea (y las vistas) cobran todo su sentido. Y ayuda a apurar en toda su esencia el gozo que significa ver pasar la vida alojado en un bar. Un momento inolvidable.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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