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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Calles sin bares

Vista de la calle del Peso. Foto de Justo Rodríguez

 

Recuerdo que de crío iba mucho con mis padres a la calle Ollerías. A sus bares, quiero decir. El inolvidable Paco, por ejemplo. La prole infantil se quedaba en la puerta o se diseminaba por el interior muy formalita (más o menos como ahora) porque entonces estaba prohibido dar la tabarra a los mayores mientras disfrutaban de un rato de asueto. Sí, más o menos como ahora. El paseo avanzaba hasta el final de la calle, una de las pocas sin salida de Logroño. Dábamos la vuelta hacia la calle San Juan y regresábamos a casa. Si había suerte, te servían un vaso de agua del grifo en alguno de esos locales: en efecto, igualito que ahora. Por el camino caía tal vez alguna otra visita al resto de bares que anidaba Ollerías, en una de cuyas casas una pareja de ancianos vendía huevos y te regalaba rosquillas. Mi memoria en blanco y negro tiene registrados esos detalles, como el criminal atentado de ETA que segó tres vidas y convirtió la calle en maldita. Al menos para mí. Imposible pasar por la esquina con Marqués de Vallejo y olvidar aquel espanto.

Desde el coche bomba (que estalló por cierto cuando las víctimas salían también de su propia ronda de vinos) a esta parte, Ollerías no es lo que fue. Hoy es una de las raras calles de Logroño sin bares, lo cual representa una anomalía que siempre me intriga. Hubo algún intento por volverla a integrar al sector de la hostelería. Todos fracasaron. Lo misterioso no es ahora mismo que la calle carezca de bares: es que ignora toda vida comercial. Un enigma, porque se sitúa a un par de pasos del Espolón y forma parte de un itinerario donde sí está presente la cofradía del buen beber y mejor yantar, pero es que los bares tienen cosas que la razón no entiende, como cantaba el bolero. Imposible no pasar por la esquina con Marqués de Vallejo y no reparar en esa laguna: como si, en efecto, la calle estuviera maldita.

Pero es que hay otra calle, no lejana, donde se observa esa misma y llamativa ausencia: la calle del Peso. En condiciones normales, puesto que es la prolongación de la Laurel y su salida natural hacia Sagasta, debería ser un emplazamiento privilegiado para albergar negocios de este tipo. Los ha tenido. La añorada chocolatería Moreno, habrá que citar. Y restaurantes, sobre todo. De ellos, mi favorito era Casa Gabino. Una fantástica casa de comidas, con sus fogones legendarios, de donde salían gollerías sin duelo cocinadas y guisadas sin grandes alardes pero con ese toque sutil y sabroso propio de este tipo de establecimientos, un poco como el antiguo Nobleza. Bancos corridos, donde podías compartir mesa con un desconocido capaz de pasarse el rato del almuerzo sin levantar la mirada del plato y despedirte a la francesa, sin abrir la boca más que para jalar. Y un ambiente muy castizo. Desaparecido. Desaparecido como los bares que ignoran estos metros situados curiosamente en el ombligo de Logroño, rodeados por lo tanto de bares. Bares y más bares. Que ejecutan al parecer una misteriosa orden de evitar instalarse en la calle del Peso. Bonito nombre, por cierto.

Ha habido algún intento reciente de revitalizar la calle, aprovechando una conexión también muy evidente y en teoría prometedora: que hace frontera con la plaza de Abastos. Dueña por supuesto de su propio catálogo de promesas de reinvención jamás ejecutadas: ahí sigue, languideciendo, a pesar de que quienes resisten mantienen la bandera de la calidad en sus productos y siguen siendo un imán para unos cuantos logroñeses (y forasteros), adictos a hacer la compra donde la hicieron sus abuelos y los padres de sus abuelos. Esa cercanía podría (en una ciudad ideal: la nuestra, ay, no lo es) favorecer que por la calle del Peso se distribuyeran unos cuantos bares aprovechando los bajos del edificio cuyo acceso se sitúa en la vecina Bretón de los Herreros. Que se remodeló entero no hace tanto y permitió entre otros milagros bienaventurados la resurrección del Tívoli. Aleluya, aleluya.

Pero los milagros se detuvieron ahí. No alcanzaron a la calle del Peso. ¿Por qué? Se ignora. Es posible que haya alguna explicación oculta pero también es igual de posible lo que sirve para Ollerías: que en materia de bares la lógica muchas veces se elimina. Que por la misma y misteriosa razón que una calle se pone de moda, a otras no les llega nunca su turno. En el caso del Peso, me ha llamado siempre la atención que tampoco triunfara entre los restaurantes que allí sobreviven una tendencia que se observa en otros puntos del mundo civilizado: las terrazas. Comer al aire libre. O cenar. Me parece un lujo en las noches de verano sentarse al raso y atacar las viandas en compañía de otros privilegiados. Hubo también algún intento. Fallidos todos. Misterios logroñeses.

Pero hay alguna esperanza. Avisa el Boletín Oficial de La Rioja y confirman voces que todo lo saben sobre un proyecto hostelero para dotar de un bar ese espacio que hoy es, sobre todo, una calle de paso. ¿Puede haber un placer mejor y más mundano que proveerse de viandas en la plaza vecina y pedirle al tabernero que dirija ese hipotético bar que nos las sirva como le plazca? Es una experiencia que funciona en otros puntos de España donde también coincide la cercanía de un mercado con los bares desparramados a su alrededor. Ignoro si será esa la intención de quien pone en marcha ese negocio pero le regalo la idea. De nada.

Porque pienso que si alguien se anima y pone en marcha algún otro negocio similar la calle volverá a ser lo que fue. Un recodo muy atractivo porque conecta varios hemisferios: la Laurel ya mentada, la plaza de Abastos recién mencionada, la atractiva escena igual de cercana que garantizan los bares del Espolón. Y quién sabe. Tal vez su influencia llegue hasta la no tan lejana Ollerías para que también allí se obrara un prodigio semejante que me ayudase a olvidar el horror que todavía me estremece cuando paseo por su jurisdicción. Por pedir, que no quede. En el pozo de los deseos arrojo una última petición: ojalá que una calle del Peso galvanizada como merece significara la reapertura de la chocolatería Moreno. Con su delicado escaparate, sus mesas de formica y sus legendarias golosinas. Ojalá las actuales generaciones dispusieran como sus papás y mamás de aquella academia donde tantos de nosotros aprendimos a mojar el churro.

P. D. Hablando de bares y plazas de abastos, propongo una excursión: en el mercado de la calagurritana plaza del Raso, que sufre como tantos otros de la tendencia a hacer la compra por otros medios, se anuncia la apertura de un gastrobar. Una posibilidad que alguna vez se ha acariciado para oxigenar la plaza de Abastos de Logroño pero que sigue sin fraguar. Hay quien opina que justamente ese mercado es el que menos lo necesita: tiene todos los bares que desee su clientela ahí enfrente, en la Laurel. Tal vez con reactivar como se anuncia la calle del Peso fuera suficiente.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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