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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Le llamaban Tardevieja

 

Hay quien aduce sesudos motivos para odiar la Navidad, entre ellos eso de la felicidad obligatoria, y no se le quitará la razón en las líneas que siguen. Hay quien por el contrario se siente a gusto en estas fechas, pero como la alegría en España siempre será sospechosa se cuida mucho de salir de ese armario y proclamar su júbilo. Entre quienes profesamos alguna devoción a estas festividades que están a punto de clausurarse, a caballo de dos años, nos encontramos quienes alegamos como coartada excusas de orden más bien prosaico: confieso que a mí me gusta la Navidad porque veo por Logroño a buenas gentes a quienes echo de menos (tal vez sin saberlo, ni ellos ni yo) el resto del año. Y porque dedico más tiempo a cuidar a mis seres queridos, a quienes sin días de descanso por medio resulta más difícil atender como merecen. Esas dos razones son suficientes para mí: me conformo con poco. Ventajas de haber nacido en los años 60, cuando sólo se podía elegir entre poco y nada.

Esa evidencia de que los bares de guardia se ven estos días colonizados por quienes viven fuera de nosotros se materializa en dos momentos cumbre de las navidades: el vermú de Nochebuena y el vermú de Nochevieja. Los dos aperitivos más largos del año, hasta el punto de que el genio del idioma, que tampoco descansa en Navidad, ha dado en bautizar esas horas con el mejorable nombre de Tardebuena y Tardevieja. La antigua empalmada, para quienes peinen alguna cana o hayan perdido todo el pelo de la cabeza. Antaño, la empalmada consistía en enhebrar las copas noctívagas con el desayuno mañanero; hogaño, esa costumbre se traslada al momento indefinido en que las copas vespertina se enlazan con el aperitivo o tentempié, los vinos y cañas que se trasiegan acompañados de los bocados de giro y hacen las veces de almuerzo en esas dos fechas tan señaladas.

Hay otras costumbres que también son propias de ambos días, pero que me temo que empiezan a batirse en retirada. Como otros compañeros de generación a quienes solía saludar en semejantes trances, yo solía apurar de bar en bar por la zona peatonal de las antiguas Cien Tiendas (ahora mismo da miedo echar la cuenta de las que resisten), también llamado Tontódromo en mi mocedad tan (ay) lejana. En algunos locales era complicado siquiera acceder a su interior, puesto que esos instantes eran los más adecuados para la ingesta previa a las cenas de tan celebradas noches. Una breve multitud se apiñaba por Juan XXIII, Doctores Castroviejo y alrededores para reencontrarse con los amigos que viven lejos o con quienes viviendo cerca no termina uno de compartir cháchara y tragos. Con el tiempo, esa costumbre se ha ido desplazando de horario: triunfa entre nosotros la Tardebuena y su hermana la Tardevieja y como testigo de esta tesis llamo al estrado a mi testigo favorito. Servidor.

La Tardebuena del 2019 sorprendió a los logroñeses con temperaturas primaverales, que convocaron a las masas en el entorno de la ciudad histórica y los bares conspicuos. Incluso las terrazas presentaban el aspecto más propio de cuando se acerca la canícula. Y qué decir de Laurel, San Agustin, San Juan… Llenazo desbordante, con esas caras conocidas arriba citadas que vuelven a casa por Navidad, como en el anuncio del turrón. Un desparrame que coqueteaba con el éxtasis y preludiaba la Tardevieja que se avecinaba una semana después, cuando se obró el mismo milagro… aunque no tan multitudinario. Esas temperaturas propias de cuando aún hacía frío en Navidad intimidaban lo suyo, aunque no lo bastante para evitar escenas análogas: daba gusto deambular por los bares de rigor, saludar a los conocidos (aunque fuera de reojo) y concederse el placer de ir picoteando de barra en barra las suculentas golosinas con que se despedía el 2019.

Pero llega enero y su temible cuesta. Según tengo entendido, el peor mes (febrero no le va a la zaga) para el negocio hostelero, puesto que baja en picado la afluencia de clientela, exhaustos nuestros cuerpos y nuestras billeteras tras las descargas navideñas. Pero en la retina quedará marcada esa imagen maravillosa para quienes disfrutamos de este maravilloso entretenimiento que significa ir de bares. Esos raros momentos de confraternización intergeneracional vividos en Nochebuena y Nochevieja a la hora del aperitivo, a costa de vaciar los bares logroñeses en las horas previas a las respectivas cenas de ambos días. Mudan los hábitos, se adaptan a los nuevos tiempos y nos dejan en cada año entrante pensativos y melancólicos. Al menos, en mi caso. Cavilando, cavilando, concluyo que en realidad el año entrante tal vez sea ese misterioso espacio que se abre entre Tardevieja del 2019 y Tardebuena del 2020: cuando dará tanto gusto recorrer Logroño en sus bares.

P. D. Puesto que el improbable lector de este blog, según los estudios de audiencia que poseo, ha cumplido ya algunos añitos me malicio que en estos días invernales se regalará uno de esos sabrosos caldos que salen a nuestro encuentro en las barras conspicuas. Como también es mi caso, me permito aconsejar los que he catado en las rondas navideñas y merecen mi aplauso: el mejor, el de El Soldado de Tudelilla, otra buena razón para dejarse caer por la jurisdicción del hada Azucena; medalla de plata para el que sirven en Wine Fandango, con esmerado servicio por cierto. Y tercera posición para el del Charly, que añade a su suculento sabor su condición de miembro de la sagrada tríada riojana, puesto que se puede despacha con un a copa de vino joven y el indispensable morro. Se va a casa uno comido.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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