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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

La Granja de mi vida

Imagen muy antigua del café La Granja de la calle Sagasta de Logroño

Como este blog sirve como autobiografía logroñesa, el improbable lector ya habrá comprobado que de entre los bares que uno ha frecuentado surge  inevitable un ramillete de ellos que se repiten: el Tívoli, el Moderno, el Continental… Cada uno de ellos ha ocupado su propio espacio aquí en forma de entrada, aunque reparo ahora en que mi favorito de todo el parque logroñés no había gozado todavía de semejante honor. Con todos ustedes, La Granja.

En alguna ocasión ya había glosado a sus camareros más conspicuos. Santos, magistral mago que siempre sacaba un cruasán de la bocamanga y llevaba una sonrisa pegada a la cara, o Dámaso, gobernando la barra desde el puente de mando de la cafetera, monumental aparato que le tenía apartado siempre en la esquina del bar a la espera de que llegara, de tarde en tarde, su amigo Pepe Blanco. Cosa que cuando ocurría… Ese día era fiesta, porque el cantante agasajaba a los conocidos, como es natural, pero también a los desconocidos, a quienes trataba como si fueran colegas de toda la vida y se hacía cargo de la ronda. Era uno de tantos momentos dichosos en un bar que para mí representa lo que para Proust su magdalena, un eterno regreso al edén que tenía forma de tostada, aquel bocado bien rico en mantequilla que nos era ofrecido si nos portábamos bien. Y La Granja, con su hermosísima barra curvada, era también el silente Valentín ocupándose de atender a los clientes de silla, que se agrupaban en corrillos salvo los privilegiados que accedían a las butacas corridas que pespunteaban la pared lindante con la pescadería Suso: una cátedra donde brillaban los apellidos más rancios del Gotha local, nos asustaba el militar al que llamábamos ‘El Barbas’ y cada mañana se arreglaba España y el resto del mundo.

La Granja fue todo eso y mucho más. También, el semillero de grandes camareros que allí se destetaron en el oficio como Alfonso Soldevilla y compañeros de quinta, bandeja en ristre por la escalera, porque ese era otro de sus encantos, el pequeño palco superior que ejercía de paso de paloma para el sector femenino de la parroquia y deparaba alguna imagen inolvidable, como los primeros visones colgando de la barandilla, vistos desde abajo como una amenaza peluda cuyo atractivo se nos escapaba aunque encerraba algún simbolismo: ya nada iba a ser como era. Bajo la escalera, embutido en un breve espacio que contaba con su propia barrita, se escondía un banco que solía ser muy requerido por la chiquillería y exigía grandes reflejos para hacerse un sitio en él. Sobre todo los domingos a la hora del vermú.

Sí, La Granja fue todo eso. Su nombre tan evocador, sus llenazos a la hora del café matutino, sus meriendas para los logroñeses más otoñales… y su fatídico declinar. Cosas de la modernidad: el bar fue perdiendo atractivo a medida que la clientela demandaba otra tipología alejada de su estética de cafetería americana muy rica en metales. Sobrevivió al tránsito con la España del pelotazo pero de mala manera, perdiendo su identidad, transfigurándose con nulo éxito. Su penúltima encarnación como bar nocturno y de copeo a ritmo de chunda-chunda me daba bastante pena, aunque aún me dio más lástima cuando cerró. Pasar por su puerta clausurada era una pequeña puñalada en cualquier corazón logroñés, así que el milagro de ver renacer La Granja es todo lo contrario, una invitación a la esperanza. Cuando atravesé la calle Sagasta hace unas semanas y vi a los operarios redecorando el local; cuando vi a los nuevos dueños ilusionados con el proyecto vigilando los trabajos a pie de obra; cuando vi que se había respectado la singular curvatura de la barra… Supongo que vi llegada la hora de saldar mi deuda con La Granja. Espero haber satisfecho con estas líneas que me vuelven a saber a tostada con mantequilla. Por ahí llega Santos…

P.D. La Granja reabre para San Bernabé convertida en un local de copas que aspira también a atraer a la clientela menos noctívaga. Así lo publicaba este viernes Diario LA RIOJA, que daba cuenta de la apuesta de los nuevos propietarios por unas tarifas más contenidas. Lo cual me parece su segunda buena idea: no sólo reabren el mítico local, sino que se adaptan a la realidad. Que es uno de los factores, me parece, que más ha dañado a la hostelería local desde que antes de la crisis, cuando todos nos volvimos ricos, los precios se disparasen y eso de tomarse un trago empezara a nacernos un agujero el bolsillo.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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