Como decíamos ayer…
Como decíamos anteayer
Como decíamos el otro día…
Este serial por entregas para recordar la legendaria vida de Los Leones concluye aquí, cuando, coincidiendo con la renovación del alquiler del establecimiento, Ricardo Bellido decidió limitar sus afanes empresariales al naciente Milán y dejó el bar de Portales en manos de una rama de la familia fundadora, los Barrenengoa. Aunque el negocio siguió abierto, sufrió desde entonces una rápida decadencia que todavía se acentuó cuando tomó su dirección un nuevo empresario, a quien le tocó la fatal suerte de expedir su certificado de defunción, en los primeros años 70.
Para entonces, Bellido ya había desaparecido también. Trágicamente, falleció en 1969 en un accidente de tráfico cerca de Aranda, un día invernal en que viajaba hasta Madrid porque quería poner en marcha en Logroño una academia de coctelería y pretendía pedir consejo al príncipe del combinado nacional, el inmortal Perico Chicote. Su viuda siguió al frente del Milán, pero ya nada era lo mismo. Tampoco Logroño, aunque algunas cosas nunca cambian. Afortunadamente. Maite recuerda cómo los contertulios de su padre en Los Leones, que le siguieron en su nueva aventura, acudieron en su socorro cuando tuvo que ayudar a su madre en el Milán y eran ellos los que se ocupaban de cerrar el bar cada noche, como si mantuvieran su propio código de honor con el camarada fallecido. Un gesto de caballerosidad extrema que sólo se explica por la profunda huella que en sus vidas había dejado la experiencia de ser los privilegiados clientes de Los Leones, cuando se abandonaban a la amabilidad y destreza de Ricardo Bellido, a quien su hija recuerda hoy tal y como era: gentil, discreto, serio, audaz. “Un hombre entrañable”, resume Maite, quien reserva espacio en su memoria para dedicarse a evocar uno de los momentos centrales: el homérico relato de cómo Los Leones se convirtió en un bar de cine.
Semejante prodigio tiene que ver con su conversión en plató cinematográfico con ocasión del rodaje de Calle Mayor, la monumental cinta de Juan Antonio Bardem a mayor gloria de Logroño, sus vecinos y su memoria. Ocurre que entre las localizaciones que eligió el cineasta para documentar esa tragicomedia de la vida en provincias, junto al café Moderno y la biblioteca del instituto, se decantó también por Los Leones. Su propia condición de espacio cinematográfico, con esa sucesión tan teatral de escondites, recovecos y laberintos, se lo puso muy fácil a Bardem, que encontró en una superficie muy condensada lo que estaba buscando: el café. El café, esa institución tan española, muy enraizada en la vida de una ciudad como Logroño: eso era Los Leones, eso supo ver el buen ojo del director de Calle Mayor y eso fue lo que apareció en la pantalla, para solaz de Maite Belllido, puesto que no sólo apareció en la inolvidable película en su papel de niña postulante, sino que vivió el rodaje como una aventura interminable.
Calle Mayor, rodada en 1956, permitió a la familia Bellido convivir con la fiesta del cine vista desde sus entrañas. En Los Leones se rodaron unas cuantas escenas imprescindibles, porque al coro de holgazanes bromistas les venía muy bien ese café a la antigua como escenario de sus pillerías de brocha gorda. Así que la familia del cine se instaló en el bar de la calle Portales e hizo que brotara la magia, con tanta intensidad que Maite todavía sigue sin olvidar multitud de anécdotas: tenía 9 añitos entonces, la edad en que la vida te empieza a sorprender y se fija por lo tanto con mayor determinación cada recuerdo en tu retina. Sobre todo, si tienes un memorión como el de ella, capaz de desgranar casi fotograma por fotograma la película 60 años después.
Aquella Semana Santa memorable, con José Suárez disparando suspiros entre las damas de Logroño a su paso por Portales, la sonrisa de Betsy Blair imantando la pantalla, el enorme talento de figurantes como Manolito Alexandre, la pura magia del cine chocando contra la propia magia encerrada en el blanco y negro de las calles logroñesas… Todo ese equipaje inmemorial que Maite Bellido va recitando mientras no deja de recordarse caracterizada para su papelito en la peli: con su uniforme de la Compañía de María, gorrito incluido, y el chicle bazoka haciendo pompas mientras pide una ayudita hucha en ristre a la pareja protagonista. Una figurante con chicle, como figurantes fueron (bien que con frase) otras vecinas de Logroño (la Bruna, la Peña) en la mítica cinta de Bardem, alumbrada en Los Leones cuando Los Leones simbolizaban todo un mundo: cuando todo un mundo cabía en un café.
Cuando todo un mundo cabía en la calle mayor de cualquier ciudad de provincias.
P.D. Postdata final. Como dejé sentado al comienzo de esta serie de entregas dedicadas a Los Leones, me siento en deuda de gratitud con Maite Bellido por la generosidad con que me fue regalando sus recuerdos de cría en el querido café de Portales. Y ado también la estupenda contribución del caballero Santi de Santos, quien me envió otras de las fotos que ilustran estas líneas, y la aportación de Eduardo Gómez, en este artículo que me sirvió de inspiración. Y por supuesto con mi señora madre, que activó mi interés por Los Leones cuando recopiló para mí el puñado de fotos donde aparece con sus amigas de jovencitas (guapas y elegantes todas: Mari Paz, Rosi, Mari Tere) y en una Nochevieja con mi padre y el matrimonio Somalo, la querida Mari Ángeles y el llorado Alberto. Así que lo dicho: muchas gracias a todos. Los Leones se despiden de ustedes.