Todo empezaba en el Mere. Una generación de logroñeses que hoy peinan alguna cana se acodaba por entonces en los preciosos y magros metros cuadrados disponibles, engullía el bocadillo como si fuera la última cena y observaba curioso el exterior, donde otra multitud demandaba su ración puertas afuera y se admiraba por la pericia magnífica con que los defensores de tan castiza barra liquidaban las peticiones de la clientela. Los tiempos en que desde la cocina se facturaba la riquísima tortilla con un engranaje laboral manchesteriano. Un espectáculo.
Pero aquel circo gastronómico-festivo tenía más pistas. Porque la calle San Juan (la calle en sí: el Mere ahora medio resurrecto formaba parte de la Travesía, que no es lo mismo pero se parece) ofrecía un amplio abanico de posibilidades: un parque temático a la logroñesa para devotos del chiquiteo y de las ricas raciones de cocina casera. Cuya segunda estación podía ser cualquiera de los bares que en ambos manos custodiaban el legado eterno de las rondas interminables, la ruta que siempre conducía al Baden. Que ahora también amenaza con resucitar: bendito sea el dios de los bares.
Porque para unas cuantas quintas de logroñeses, aquel bar donde nos iniciamos en distintas clases de placeres (desde la ingesta de marisco a los tragos de cerveza negra) representó durante largo tiempo la playa donde desembocaban las correrías por la San Juan y alrededores. Hoy, ver los andamios trepando por su fachada encierra alguna promesa incierta. También hay algo de magia. La misma magia que se observaba en sus raciones de berberechos y navajas: la magia de un cuento. Igual que Hansel y Gretel vieron una luz iluminar aquella cabaña del bosque, cualquier adicto a la hermosa costumbre de frecuentar nuestros bares predilectos siente ahora la misma quemazón. Una curiosidad semejante. ¿Abrirá de nuevo el Baden?
Los peritos locales en bares no se ponen de acuerdo. Hay quien asegura que la reapertura es inminente y quien prefiere no pronunciarse. De momento, ganan quienes contemplan con alguna ilusión ese frenesí de andamios que se apodera de la calle San Juan y alcanza a esta minúscula arteria que conecta con la calle Ollerías, de tan triste recuerdo. La calle del Baden, como la conocieron tantos lugareños. Que ese es el éxito principal de cualquier negocio: acabar dando nombre a la calle que le aloja, galardón del que pocos pueden presumir. El Baden, al que tanto quisimos, es uno de esos raros ejemplos. Y autor de otra hazaña mayúscula: convertirse en icono local. Perpetuarse en la memoria de Logroño con tal fortaleza que todavía hoy, cuando comentas con alguna voz amiga que el Baden amaga con reabrirse, se dispare un entusiasmo genuino: «Qué bien se estaba allí adentro».
P. D. Publiqué este artículo, con algún leve cambio, en Diario LA RIOJA a propósito de la renovada operación de cirugía que tiene a la calle San Juan y aledaños pródiga en andamios. Entre ellos, el que decora la fachada del Baden. Desde entonces, he podido comprobar que en efecto las obras avanzan a buen ritmo. ¿Se dispone el bar a reabrir un día de estos? Espero confirmarlo en fechas sucesivas. Para quien esté interesado, le invito a que mitigue la curiosidad releyendo (o leyendo por primera vez) esta otra entrega que publiqué en este mismo blog con ocasión del fatídico día en que cerró. Cuando despedimos a nuestra hermosa marisquería.