Como miembro de la Comisión de Educación en el Congreso, sigo con especial interés la secuencia de reuniones y acontecimientos que se van sucediendo en torno al pacto educativo, un asunto en el que el Gobierno y el Partido Socialista, con la lucidez en el manejo de las formas y tiempos que caracterizan al ministro Gabilondo, estamos llevando a cabo para alcanzar el objetivo básico: que el pacto sirva para avanzar. Y avanzar es mejorar y perfeccionar nuestro sitema educativo para todos los alumnos, para las familias y para el progreso social.

Creo que la presentación el lunes de las propuestas del PP ha sido un movimiento demasiado provocador por su parte, pero que no impide que se alcance un pacto en torno a los asuntos centrales: estabilidad del sistema, diágnostico, profesorado, evaluación, formación, empleo, trasnferencia, modernización e internacionalización de las universidades, becas y ayudas, flexibilidad y transversalidad, modernización e idiomas, participación y financiación.

No impide que haya un pacto porque espero que el PP, una vez que ha celebrado un acto de publicidad, retire las propuestas de máximos y se acerque a los consensos.

No obstante, me gustaría comentar las obsesiones y los olvidos del PP en su documento, tantas veces ocultos en su disfraz centrista, pero que saltan a la palestra en cuanto los vientos de las encuestas les hacen creer que son éstas, y no los ciudadanos, los que quitan y ponen Gobiernos.

Obsesiones: pretenden desmontar todo el sistema educativo en su estructura y acometer lo que nadie quiere: otra reforma legal. Máxime cuando la LOE se está desarrollando en cuestiones de profesorado, acceso a la universidad y etc en la actualidad y con altos niveles de consendo entre administraciones y comunidad educativa.

Quieren sacrificar la igualdad de oportunidades y la cohesión social que garantiza la educación para todos en el altar de la calidad, con un tufillo a elitismo que tira para atrás, cuando ambas son compatibles, y así lo contempla la LOE, donde la calidad y el esfuerzo individual son, junto con la equidad y la cooperación, los objetivos básicos en todas las etapas del sistema.

Gestionan de forma frentista y recelosa las CCAA donde gobiernan, pero a la vez defienden el proyecto común y la enseñanza del castellano con una obsesión enfermiza. Como si el estado de las autonomías que blanden cada día fuera en educación un lastre. Es decir, mientras quieren recuperar los valores occidentales, como ellos dicen, ordenan que la materia que recoge los contenidos y valores cívicos, Educación para la Ciudadanía, se imparta en inglés. A la vez, quieren que esa cultura, más propia-dado su enunciado- del programa Curso del 63, se transmita en castellano. ¿Alguien lo entiende?

Olvidos: de pasada mencionan algunas cosas, como la educación infantil, pero no reconocen el esfuerzo de todas las administraciones, a iniciativa de Zapatero, en relación con las etapas 0-3 años y 3-6 años, en la que la universalización es prácticamente un hecho.

Tampoco dedican mucho espacio a impulsar la escuela 2.0, que también está en marcha, y hablan cínicamente de las becas y ayudas y de la finacniación, cuando desde 2004 se están recuperando los niveles de inversión de 1996, tras sus recortes durante los años Aznar, Rajoy, Aguirre y Del Castillo.

Por último, obvian la integración en el sistema educativo, y a la par que proclaman la libertad de enseñanza y la autonomía de los centros, olvidan realidades que el sistema educativo debe asumir para que la sociedad pueda avanzar en igualdad y compartir el progreso.