Una bolsa de plástico, de las del súper, o de las de la basura, dura más que el Renacimiento. O como toda la Edad Media, sumando la alta y la baja. Unos cuatrocientos años se ha calculado que dura una bolsa de plástico. Casi nada dura tanto. Podrían estar ahora muriendo bolsas de plástico –de haber existido entonces tal cosa- que se pusieron en circulación cuando se publicó el Quijote. Ya habrían aguantado bastante más que los huesos de su autor, que no sabemos ni dónde se encuentran ni en qué estado. En cambio, las bolsas de plástico están perfectamente localizadas: se sabe que forman arrecifes en el fondo del mar y que sirven de protector estomacal a los peces. Incluso que contribuyen a la evolución de las especies: al pez-martillo, al pez-sierra y al pez-espada se ha unido el pez-bolsa, que transporta víveres a muchos metros de profundidad, tiene asas y está esponsorizado por varias marcas blancas (o azules, dependiendo de si es pesca blanca o azul). Y forman bandadas de aves migratorias sobre las ciudades, quedando atrapadas en las vallas o anidadas en las antenas de telefonía móvil. Vallas que se convierten automáticamente en vallas publicitarias, del pequeño o del gran comercio, de ultramarinos José Mari o de Hipercost. No es un pájaro, no es un globo aerostático: es una bolsa de plástico. Y se funden con las nubes. Son un fenómeno atmosférico. Debieran existir meteorólogos de los bancos de nubes formados por bolsas de plástico, que al final del telediario advirtieran de su evolución variable y de sus precipitaciones. Expertos en bolsa. De plástico. Estos días se está informando a la población que el gobierno va a intentar –a través de medidas al por menor: céntimos por micras- reducir su longevidad; muy superior, por cierto, a la de cualquier gobierno conocido, por largos que se nos hagan algunos gobiernos. Porque hay cosas, desde luego, que se nos hacen eternas como bolsas de plástico. Pesadumbres indestructibles. Pesadillas de plástico de bolsa. Ni siquiera otros objetos fabricados con material plástico perduran tanto como una bolsa de plástico. Las películas de cine, pongamos, el celuloide, que es un plástico sintético: en unas pocas décadas, nada, se han podrido centenares y centenares de obras maestras del cine, avinagradas, oxidadas, ya invisibles. El cine mudo, por ejemplo, desapareció en un gran porcentaje. Sin embargo, la primera bolsa de plástico inventada a principios de los años setenta del siglo XX, que es cuando se inventan las bolsas de plástico, seguro que se conserva fresca. En algún museo, o en el fondo de un carrito de compra. Son los años setenta los del pensamiento plástico (ahora ya líquido, en licuefacción irreversible); el pensamiento irrigado por el bulbo raquídeo del petróleo, del que emergieron el plástico y los dólares. Hay todavía por ahí flotando bolsas de plástico que vieron el final de la Guerra de Vietnam, y el Watergate. Por muy poco no pudimos dejar unas bolsas de plástico en la luna, lo que hubiera sido un pequeño paso para el hombre pero un gran salto para algunas cadenas de supermercados. Y hablando de los dólares: el dinero que sale por las noches en bolsas de basura, por poner otro caso de resistencia plástica, se esfuma, se funde, pero la bolsa permanece, intacta en su aleación, acharolada y retornable. Tu edificio precisa de un seguro a todo riesgo –papeles, dinero, etc…-; sin embargo, el patrimonio de un mendigo se preserva seguro en varias bolsas de plástico, hechas a las inclemencias, a los traslados y a los accidentes. Se adaptan. Nada se adapta como una bolsa de plástico. Y casi nada pervive si en un momento dado no cabe en una bolsa de plástico. Las bolsas de plástico, en definitiva, han creado su propia civilización, su clima, su modelo económico. Su lenguaje: llevamos medio siglo, más o menos, enviando mensajes dentro de bolsas de plásticos. Hoy esos mensajes han llegado al intestino de un tiburón tigre, o se han trabado en un gancho antipalomas. También han creado su tipo de ciudadanía, integrada por individuos contrapesados con sendas bolsa de plástico (llenas), una en cada mano: la imagen del equilibrio perfecto. Y en fin: cuando, a consecuencia de nuestra naturaleza biodegradable, dejemos esta vida, la última bolsa de plástico que nos dieron en el súper nos sobrevivirá siglos, con publicidad del establecimiento y el ticket de compra dentro. Son las postrimerías modernas.